domingo, 9 de junio de 2013

Nuestra Señora de Guadalupe

Existen varias advocaciones marianas bajo el título de Virgen de Guadalupe, todas originadas en España.

En América numerosos santuarios, templos, ermitas y otros lugares llevan el nombre de Guadalupe. Los principales son:
  • Balsas (Perú), ermita de Nuestra Señora de Guadalupe.
  • Ciudad de México (México), basílica de Santa María de Guadalupe.
  • Cisne (Quito), santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, con imagen del siglo XVI.
  • El Labra (Bolivia), ermita siglo XVII.
  • Guadalupe (Isla Guadalupe, en las Antillas Menores del Caribe), catedral de Basse-Terre y Point-à-Pitre, patrona de la diócesis y titular de la catedral, mediante el breve apostólico “Respice stellam”, de Juan XXIII, de 9 de septiembre de 1958, imagen moderna; la isla fue descubierta por Colón en 1493, quien la impuso el nombre de Guadalupe.
  • Guápulo (Quito), Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, siglo XVII, con imagen de la misma época.
  • Mizque (Bolivia), santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, siglo XVII.
  • Montevideo (Uruguay), ermita de Nuestra Señora de Guadalupe.
  • Nepeña (Perú), santuario con imagen del siglo XVI.
  • Pacasmayo (Perú), santuario con imagen del siglo XVI.
  • Quinche (Quito), santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, siglo XVI, con imagen coronada canónicamente en 1943 y templo declarado Basílica por Juan XXIII, 1959.
  • Sucre (Bolivia), santuario fundado por el extremeño Alfonso Ramírez de Vergara, obispo de Las Charcas, unido a la catedral metropolitana, con imagen pintada por el monje guadalupense fray Diego de Ocaña, en 1601, patrona de la ciudad, coronada canónicamente en 1938.

En Filipinas destacan tres santuarios, entre otros muchos:
  • En Manila, monasterio e iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, siglo XVII.
  • Guadalupe (Camarines), santuario antiguo dedicado a Santa María de Guadalupe de España.
  • En el pueblo de Loboc (en la provincia de Bohol), segunda patrona de este pueblo.

La Virgen de Guadalupe es una advocación mariana cuyo santuario está situado en la villa y puebla de Guadalupe (Cáceres), España. Es la patrona de Extremadura desde 1907, siendo así una de las siete Patronas de las Comunidades Autónomas de España. Su fiesta se celebra el 8 de septiembre, festejándose también el Día de Extremadura. A su vez, es también la patrona de todas las tierra de habla hispana. Bajo su advocación se conquistó el Nuevo Mundo.
Se trata de una talla sedente, románica, tallada en madera de cedro, que según una antigua leyenda fue encontrada por un pastor de nombre Gil Cordero, vecino de Cáceres, a quien se le apareció junto al río Guadalupe, de quien tomó el nombre la Virgen y el pueblo.
Según esta misma leyenda, la imagen había estado siglos atrás junto al cuerpo de San Lucas, expuesta en Roma y en Sevilla, hasta que en 714, en plena invasión musulmana, la imagen fue escondida junto al río Guadalupejo, nombre que viene de la unión de la palabra árabe "wad" (río) y la contracción latina "lux-speculum" (espejo de luz), donde permaneció hasta su hallazgo por Gil Cordero.
El investigador francés Jacques Lafaye, especialista en el tema de la Virgen de Guadalupe en México, añade que aunque el sufijo -lupe ha sido interpretado como de origen latino (lupus, lobo), una investigación filológica más detallada (al -artículo árabe) nos daría guad-al-upe, que significaría más bien río oculto o corriente encajonada.2
La talla pertenece al grupo de vírgenes negras de Europa occidental de los siglos XI-XII. Desde el siglo XIV aparece vestida con ricos mantos y joyas.
En el lugar del hallazgo se construyó una ermita, y posteriormente el rey Alfonso XI elevó la pequeña iglesia a Santuario. En 1389 el monasterio fue confiado a la Orden de los Jerónimos. Actualmente lo regentan los Franciscanos.
El 4 de noviembre de 1982 el papa Juan Pablo II visitó el santuario y la imagen, y celebró una misa en la que pronunció una homilía sobre las migraciones 3 .
La Virgen de Guadalupe, además de ser la patrona de Extremadura, recibió en 1928 el título de Reina de las Españas o de la Hispanidad.
Su santuario fue uno de los más visitados de España durante los siglos XVI y XVII, y era muy grande la veneración que se le tributaba y los milagros que se le atribuían, como la liberación de cristianos cautivos de los moros y su protección en las batallas contra los musulmanes. Desde Alfonso XI en la batalla del Salado (1340) hasta la Batalla de Lepanto en 1571, se invocó su auxilio en esas circunstancias. En Génova se conserva, en una iglesia bajo esta advocación, la imagen que Andrea Doria portaba en la nave capitana de la flota, regalada por el rey Felipe II para la ocasión.
También se la considera patrona de la evangelización del Nuevo Mundo, porque Cristóbal Colón recibió en el Monasterio de Guadalupe el decreto de los Reyes Católicos que le permitió emprender el viaje del descubrimiento. A su vuelta en 1493, lo primero que hizo fue volver al Santuario a agradecer su protección a la Virgen. De Extremadura partieron multitud de evangelizadores para las nuevas tierras descubiertas.
En México existe una advocación homónima, cuyas raíces se encuentran en la de Extremadura. Según algunas teorías el nombre de la Virgen mexicana fue puesto porque al obispo Juan de Zumárraga le resultaba difícil de pronunciar su nombre en náhuatl, Coatlaxopeuh, y la llamó "La Virgen de Guadalupe" por resonancia. Sin embargo, esto no concuerda con las semejanzas fonéticas propuestas que significan "la que pisa la serpiente de piedra" o "la que pisa la cabeza de la serpiente", pues en la imagen de la tilma de México no hay ninguna serpiente. Sin embargo, en el documento Nican Mopohua, escrito en vida del indio Juan Diego en idioma nahuatl, se transcribe claramente en español el nombre de Santa María de Guadalupe. Nuestra Señora de Guadalupe es una advocación mariana de la Iglesia católica, cuya imagen tiene su principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe, en el norte de la ciudad de México.
De acuerdo a la tradición mexicana,1 la Virgen María de Guadalupe se apareció cuatro veces a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro delTepeyac. Según el relato guadalupano conocido como Nican mopohua, tras una cuarta aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el primer obispo de México, Juan de Zumárraga. Juan Diego llevó en su ayate unas rosas ―flores que no son nativas de México y que tampoco prosperan en la aridez del territorio― que cortó en el Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan Diego desplegó su ayate ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de Santa María, morena y con rasgos mestizos.
Las mariofanías tuvieron lugar en 1531, ocurriendo la última el 12 de diciembre de ese mismo año. La fuente más importante que las relata es el Nican mopohua, atribuido al indígena Antonio Valeriano (1522-1605) y publicado en 1649 por el presbítero Miguel Sánchez en su libro Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, contribuyendo a divulgar ampliamente la devoción guadalupana.

La fiesta de la Virgen se celebra el 12 de diciembre. La noche del día anterior, las iglesias en todo lo ancho y largo del país se colman de fieles para celebrar una fiesta a la que llaman «las mañanitas a la Guadalupana» o serenata a la Virgen. El santuario de Guadalupe, ubicado en el cerro del Tepeyac en la ciudad de México, es visitado ese día por más de 5 millones de personas.
Se tiene por costumbre que tales peregrinaciones no solo incluyan fieles y organizadores, sino danzantes llamados matlachines, quienes lideran las procesiones hasta llegar a la basílica.

Desde la época prehispánica, el Tepeyac había sido un centro de devoción religiosa para los habitantes del valle de México. En esta eminencia geográfica localizada en lo que fuera la ribera occidental del lago de Texcoco se encontraba el santuario más importante de la divinidad nahua de la tierra y la fertilidad. Esta diosa era llamada Coatlicue (náhuatl: cóatl-cuéitl, «Señora de la falda de serpientes»)?, que por otros nombres también fue conocida como Teteoinan (náhuatl: téotl-nan, «dios-madre»«Madre de los dioses»)? o Tonantzin (náhuatl: to-nan-tzin, «Nuestra venerable madrecita»)?. El templo de Tonantzin Coatlicue fue destruido completamente como resultado de la Conquista.
Conocedores de la importancia religiosa del santuario indígena del Tepeyac, los franciscanos decidieron mantener en el lugar una pequeña ermita. La decisión de mantener una ermita ocurrió en el marco de una intensa campaña de destrucción de las imágenes de los dioses mesoamericanos, a los que se veía como una amenaza para la cristianización de los indígenas.8 Uno de los primeros registros sobre la existencia de la ermita corresponde a la década de 1530.[cita requerida] Los indígenas se dirigían al lugar siguiendo la tradición prehispánica. Dos décadas más tarde, no solo los indígenas acudían a la ermita del Tepeyac a venerar -según documentos de la época-la imagen aparecida de la Virgen María. En efecto, a mediados del siglo XVI, la devoción hacia la imagen se había extendido entre los criollos.
La tradición católica cree que la aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe fue en el año 1531, diez años después de la caída de México-Tenochtitlan en manos de los españoles. Esta fecha aparece registrada en el Nican mopohua, uno de los capítulos que integran el Huei tlamahuizoltica, obra en lengua náhuatl escrita por Luis Lasso de la Vega y que la tradición atribuyó al indígena Antonio Valeriano.9
En 1555, Montúfar ordenó la remodelación de la ermita y la confió al clero secular.10 Los primeros registros de la aparición de la imagen mariana en la ermita corresponden precisamente a los años de 1555 y 1556. Entre otros testimonios tempranos del suceso se encuentran los Diarios de Juan Bautista y los Anales de México y sus alrededores. El primer documento afirma que «en el año de 1555 fue cuando se apareció Santa María de Guadalupe, allá en Tepeyacac»,11 mientras que los Anales ubican el suceso un año más tarde: «1556 XII Pedernal: descendió la Señora a Tepeyácac; en el mismo tiempo humeó la estrella».12 En el siglo XVII, el chalca Domingo Francisco Chimalpahin Quauhtlehuanitzin recogería los primeros documentos en sus Relaciones de Chalco, en los cuales ubica el suceso en 1556:
Año 12-Pedernal, 1556 años. Iba quedando bien doblado y fuerte el muro de piedra que daría la vuelta a toda la ciudad de México. Para la obra hicieron reunir a toda la gente de todos los pueblos del rumbo, por orden de los jefes y según disposiciones de don Luis de Velasco, Visurrey. Así pudo terminarse la muralla. También entonces ocurrió la aparición, dicho sea con respeto, de nuestra querida madre, Santa María de Guadalupe en el Tepeyácac.13


Al fortalecimiento del culto a la Virgen del Tepeyac contribuyó de manera decisiva la realización del Primer Concilio mexicano, que se celebró en la Ciudad de México entre el 29 de junio y el 7 de noviembre de 1555. El concilio fue organizado por el arzobispo Alonso de Montúfar y reunió a numerosos representantes de las órdenes monásticas de la Nueva España, entre ellos al franciscano Pedro de Gante; así como a los obispos Martín Sarmiento de Hojacastro (Tlaxcala), Tomás de Casillas (Chiapas), Juan López de Zárate (Oaxaca) y Vasco de Quiroga (Michoacán).14 Entre otras cosas, el Primer Concilio de la Iglesia novohispana resolvió reglamentar la manufactura de las imágenes religiosas, especialmente las realizadas por los indígenas. También se decidió favorecer el culto a los santos patrones de cada pueblo y todas las advocaciones marianas.15
Desde la llegada de los franciscanos a México en 1524, los indígenas fueron instruidos en la pintura y se les permitió la producción de imágenes religiosas. De modo que cuando Montúfar se pronunció a favor de acabar con las «abusiones de pinturas e indecencia de imágenes» producidas por los indígenas que «no saben pintar ni entienden bien lo que hacen»,16 en realidad estaba atacando la obra de los misioneros franciscanos representados por Pedro de Gante. El enfrentamiento sobre la producción de las imágenes religiosas y su papel en la cristianización de los indígenas era también el reflejo de los desencuentros entre el arzobispo de México y los franciscanos en lo referente al culto de la Virgen del Tepeyac. El 6 de septiembre de 1556, Montúfar predicó una homilía en la cual se pronunciaba partidario de la promoción del culto a la Guadalupana entre los indígenas.17 El 8 de septiembre de ese mismo año (1556), el arzobispo obtuvo una respuesta sumamente crítica por parte de los franciscanos en boca de Francisco de Bustamante.18 La labor de la Orden Franciscana en la cristianización de América había estado imbuida por la filosofía erasmiana que rechazaba la veneración de las imágenes, de modo que cuando Montúfar se mostró favorable a difundir el culto de la imagen del Tepeyac lo que obtuvo en contestación fue la siguiente declaración de Bustamante:
[...] la devoción de esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe, es un gran perjuicio de los naturales porque les da a entender que hace milagros aquella imagen que pintó el indio Marcos.
Padre Francisco de Bustamante, sermón del 8 de septiembre de 1556, en el texto Información de 1556.19
La disputa entre los franciscanos y el arzobispado de México se resolvió en favor de este último. Para ello, Montúfar y sus partidarios tuvieron que moderar su discurso sobre la índole del culto a la Virgen de Guadalupe, aproximándose aparentemente a los preceptos defendidos por los franciscanos.20
La promoción oficial del culto guadalupano por parte de la Iglesia novohispana se inscribe en un proceso más amplio en el que la perspectiva humanista de los franciscanos y su obra misional fue sustituida por los preceptos adoptados oficialmente por medio de las resoluciones del Concilio de Trento. De acuerdo con estas, la Iglesia debería promover y conservar el culto a las imágenes de Cristo, la Virgen y todos los santos, en una clara reacción contra la iconoclastia protestante que prosperaba en el norte de Europa.21

De modo pragmático, el arzobispado de México hizo caso omiso de las advertencias vertidas por los franciscanos sobre la confusión que podía generar el culto de la imagen del Tepeyac entre los recién cristianizados indígenas del centro de México. A la voz de Francisco de Bustamante se sumaría después la de otros misioneros, entre ellos, Bernardino de Sahagún (1499-1590):
Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras [...]; y ahora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llaman Tonantzin tomada ocasión de los predicadores que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin. De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente.


La historicidad de la aparición ha sido controvertida desde las primeras publicaciones del suceso en 1647, y una considerable cantidad de literatura ha sido publicada discutiendo los problemas que surgen cuando se intenta entender la aparición como un acontecimiento históricamente certero.
Fray Juan de Zumárraga (1468-1548) vivió muchos años, y se conservan de él muchas cartas y notas, y un catecismo ―llamado Regla cristiana― editado (corregido y censurado) por él. Pero en ninguno de estos textos menciona haber sido testigo del milagro que le adjudicarían más de un siglo más tarde. Por el contrario, dentro del catecismo ―que fue publicado en Nueva Españaantes de su muerte―, se pregunta lo siguiente:
«¿Por qué ya no ocurren milagros?».
La respuesta es: «Porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester».
Dos apologistas guadalupanos ―Primo Feliciano Velázquez y Fortino Hipólito Vera― sostuvieron que se refiere a que el Redentor ya no realiza milagros «pedidos por curiosidad».
Tan pronto como en 1556, Francisco de Bustamante, dirigente de los franciscanos en la colonia, pronunció un sermón ante el virrey y los miembros de la Real Audiencia. En ese sermón desacreditó los orígenes sagrados de la imagen. Contradiciendo el sermón que el arzobispo Alonso de Montúfar predicara dos días antes, Bustamante indicó:
La devoción que ha estado creciendo en nuestra iglesia dedicada a Nuestra Señora, llamada de Guadalupe, en la ciudad es gravemente perjudicial para los nativos, porque les hace creer que la imagen pintada por Marcos el indio es milagrosa.
Padre Francisco de Bustamante, sermón del 8 de septiembre de 1556, en el texto Información de 1556.19
Algunos historiadores[cita requerida] consideran que la imagen fue hecha para representar sincréticamente a la Virgen María y a la madre diosa azteca Tonantzin en el Tepeyac ―el cual se cree que era el sitio de adoración de la diosa― proporcionando una forma de que los españoles del siglo XVI ganaran el apoyo de la población indígena de México. Puede haber proporcionando a los indígenas mexicanos de siglo XVI un medio para practicar secretamente sus religiones nativas.
El misionero y lingüista Bernardino de Sahagún (1499-1590) apoyó la misma opinión: escribió que el santuario del Tepeyac era extremadamente popular pero preocupante, porque la gente llamaba a la Virgen de Guadalupe con el nombre Tonantzin. Sahagún dijo que los adoradores afirmaban que en náhuatl Tonantzin significaba ‘madre de Dios’ ―pero él los refutó diciendo que «madre de Dios» en náhuatl sería Dios y nantzin. Sahagún, al escribir sobre la devoción del Tepeyac en su libro Historia general de las cosas de Nueva España, dijo que el origen del culto «no se sabía de cierto».
El historiador del siglo XIX Joaquín García Icazbalceta ―especialista en fray Juan de Zumárraga― negó la historia de la aparición e indicó en un informe confidencial al obispo Labastida, en 1883, que nunca existió tal persona llamada Juan Diego.
Varios escritores religiosos se encargaron de responder a la afirmación de Icazbalceta:
  • Primo Feliciano Velázquez en La aparición de Santa María de Guadalupe,
  • Fortino Hipólito Vera (obispo de Cuernavaca) en Contestación histórico-crítica,
  • Agustín de la Rosa en su Defensa de la aparición guadalupana
  • Joel Romero Salinas ―en tiempos modernos― en su libro Eclipse guadalupano.
Muchos historiadores y algunos sacerdotes, incluyendo el sacerdote historiador estadounidense Stafford Poole y el antiguo abad de la Basílica de Guadalupe Guillermo Schulenburg, han rechazado la veracidad de la aparición. Schulenburg causó en particular una conmoción cuando afirmó en 1996 en la revista católica Ixthus que Juan Diego fue «un símbolo, no una realidad». Schulenburg no fue el primero en desacreditar el acontecimiento tradicional ni el primer católico en dejar su puesto después de su cuestionamiento de la historia de Guadalupe. En 1897, Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas fue forzado a dejar su puesto después de expresar una similar opinión. Cabe señalar que la Santa Sede ordenó una extensa investigación ante la postura de Schulenburg, y finalmente se consideró históricamente probada la existencia de Juan Diego como persona real. Tres historiadores, Eduardo Chávez Sánchez, José Luis Guerrero Rosado y Fidel González Fernández, publicaron esta investigación en el libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego (México: Porrúa, 1999).
En 1982, el experto restaurador de arte José Sol Rosales examinó la imagen con estereomicroscopía e identificó sulfato de calcio, hollín de pino, en colores blanco y azul, tierras verdes (suciedad), redes hechas de carmín y otros pigmentos, y también oro. Rosales encontró en el trabajo materiales y métodos coincidentes con los del siglo XVI. Dos siglos antes, en 1751, el mejor pintor de la Nueva España, el oaxaqueño Miguel Cabrera, había dictaminado que la imagen no podía explicarse como humanamente hecha. En 1979 los norteamericanos Philip Callahan y Jody Brant Smith fotografiaron la imagen con cámara infrarroja y no encontraron explicación científica para la hechura del manto, túnica, manos y rostro de la Virgen.
Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, comisionó un estudio en 1999 acerca de la factura del ayate, Leoncio Garza Valdés, un pediatra y microbiólogo que había trabajado previamente en el Sudario de Turín, reclamó una inspección de fotografías de la imagen, encontraron tres distintas capas de pintura, al menos una de la cual tenía iniciales pintadas sobre ella, también indicó que el pintado original mostró sorprendentes similitudes a la original Señora de Guadalupe encontrada en Extremadura, España, en la segunda muestra de pintura mostrando otra Virgen con rasgos indígenas. Sin embargo no pudo citar ningún otro observador independiente que vea las mismas características. Garza Valdés también afirmó que la tela en donde fue pintada la imagen era de cáñamo e hilo, no de fibras de agave como se creía. Gilberto Aguirre, un colega de Garza Valdés que llevó la pintura a estudios en 1999, examinó las mismas fotografías e indicó que, si bien estaba de acuerdo en que la pintura había sido extensamente forzada, se oponía a las conclusiones de Garza Valdés y sostuvo que las condiciones de realización del estudio fueron inadecuadas. La inexistencia de fotografías que comprueben la tesis de Garza Valdés, y el hecho de que esas tres imágenes sobrepuestas implicarían anacronismos históricos, ha desacreditado en medios investigativos las conclusiones de Garza Valdés.
Varias imágenes similares han aparecido a través de la historia mexicana, en el pueblo de Tlaltenango, en el estado de Morelos, una pintura de Nuestra Señora de Guadalupe es reclamada que apareció milagrosamente en el interior de una caja que dos viajeros desconocidos dejaron en una residencia. Los propietarios de la residencia llamaron al padre local después de la tentedora noticia, aromas de flores y sándalo se desprendían de la caja. La imagen ha sido venerada desde su encuentro el 8 de septiembre de 1720, y es aceptada como una aparición válida por las autoridades católicas locales

Según la tradición católica, el santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin ―a quien en 1990 Juan Pablo II tituló «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac»―2 nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «águila que habla», o «el que habla con un águila».
Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los padres franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de la Virgen María, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Como el Obispo no aceptó la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre de 1531, mientras el santo se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el santo abrió su «tilma» y dejó caer las flores mientras que en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.
El santo, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó a los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en basílica, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Su Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en ese Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad».2
Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que estos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».2
Juan Diego murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.
El 9 de abril de 1990, ante Su Santidad fue promulgado en Roma el decreto De vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito. El 6 de mayo de 1990, en esa Basílica, Juan Pablo II presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de beato.
Precisamente en aquellos días, en la misma arquidiócesis de la ciudad de México, tuvo lugar un hecho extraordinario que la Iglesia católica atribuyó a la intercesión de Juan Diego, con el cual se abrió la puerta que condujo a la actual celebración. En las palabras de Juan Pablo II, Juan Diego «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús».2 . Finalmente, Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue canonizado por el propio Juan Pablo II en una celebración realizada en la ciudad de México, el miércoles 31 de julio de 2002, durante uno de sus viajes apostólicos.3
El Nican Mopohua dice que uno de los testigos de las apariciones de la Virgen de Guadalupe fue fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la ciudad de México, D. F..
La Virgen María, en su advocación de Virgen de Guadalupe, se apareció en varias ocasiones ante el converso mexica Juan Diego Cuauhtlatoatzin el sábado 12 de diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac y le pidió que fuera en busca del obispo y le dijera que ella solicitaba la creación de un templo en ese lugar. El indígena fue en busca de fray Juan de Zumárraga para contarle de la solicitud de la virgen, pero fray Juan no creyó en las apariciones, pues este tipo de historias de apariciones espirituales era común, así que le pidió una prueba.
En respuesta a la petición del obispo, la Virgen pidió al indígena que, como pudiera, cortara unas rosas de Castilla de la cumbre del cerro y se las llevara al obispo (En ese tiempo era invierno y la zona del cerro era una zona árida, no apta para el crecimiento de flores como las rosas). El indígena obedeció y guardó las rosas dentro de su tilma o ayate. Juan Diego bajó del cerro y pidió una audiencia ante el obispo para mostrarle la prueba. Al llegar donde estaba el obispo, el indio estiró su ayate para tender las rosas sobre la mesa. Sobre el ayate aparece la imagen estilizada (claramente artística, no fotográfica) de la Virgen de Guadalupe. La prueba para el fraile no fueron solamente las rosas, sino el milagro de la imagen de la Virgen de Guadalupe sobre el ayate.
El culto a la Virgen de Guadalupe es un sincretismo con la diosa mexica Tonantzin (que significa ‘nuestra madre’), la diosa de la muerte; la cual se sabe que los mexicas veneraban en ese mismo cerro del Tepeyac.
Fray Bernardino de Sahagún lo menciona en uno de sus textos:
Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los Dioses, que ellos la llamaban Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas: venían hombres y mujeres y mozos y mozas.
Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590)
En los escritos de Puebla (que se utilizaron para probar la santidad del indio Juan Diego) se eliminó ―quizá deliberadamente, para evitar controversias acerca del sincretismo que se estaba realizando― el siguiente párrafo:
Era grande el concurso de gente en estos días; y todos decían «vamos a la fiesta de Tonantzin»; y ahora que está allí edificada la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomando ocasión de los predicadores, que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin. De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto; pero esto sabemos de cierto, que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua; y es cosa que se deberá remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios, Señora nuestra, no es Tonantzin sino Dios y Nantzin. Parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin y vienen ahora á visitar á esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como antes; la cual devoción también es sospechosa porque en todas partes hay muchas Iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente.

En 1995, Guillermo Schulenburg (abad-director de la Basílica de Guadalupe) declaró a la revista católica mexicana Ixtus lo siguiente:24
Ixtus: ¿Existió Juan Diego?
Schulenburg: No. Es un símbolo, no una realidad.
Ixtus: ¿Entonces cómo encaja la beatificación que de él hizo el papa?
Schulenburg: Esa beatificación es un reconocimiento de culto, no es un reconocimiento de la existencia física y real del personaje; por lo mismo, no es propiamente una beatificación.
Semanas después de esta serie de declaraciones, Schulenburg tuvo que renunciar a su cargo de abad de la basílica de Guadalupe (habiendo ejercido el cargo por más de treinta años).25

En 1998, la Congregación Vaticana para las Causas de los Santos decidió crear una comisión histórica para investigar la existencia histórica de Juan Diego. Esta comisión encontró en la tradición oral indígena, decisiva en cualquier estudio de los pueblos mexicanos, y en algunos documentos como el llamado Códice Escalada, fundamentos suficientes para afirmar la historicidad del indígena.
En el año 2000, el entonces presidente electo Vicente Fox Quesada al conocer el resultado de las elecciones levantó un estandarte de la Virgen de Guadalupe, así mismo visitó la Basílica de Guadalupe en los días posteriores, hecho que molestó a no creyentes y a grupos masónicos, además de violar la ley al participar en actividades religiosas como representante del Ejecutivo.
En el año 2002 el papa Juan Pablo II canonizó a Juan Diego, como se señaló anteriormente.

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