domingo, 23 de marzo de 2014

La guerra cristera



Roberto Cruz, el indio que mató al padre Pro

El fusilamiento del padre Pro. Foto: Archivo Compañía de Jesús
El fusilamiento del padre Pro. 
Foto: Archivo Compañía de Jesús
En octubre de 1961, en el periódico Excélsior se publicó en entregas la extensa entrevista que Julio Scherer García, fundador de Proceso, le hizo a Roberto Cruz, quien como inspector general de policía en tiempos de Plutarco Elías Calles se encargó de dirigir el fusilamiento de Miguel Agustín Pro. En esa conversación, transformada luego en el libro El indio que mató al padre Pro, el general Cruz dio su versión sobre el fusilamiento y ya vislumbraba la posible canonización del jesuita. “Si Pro es elevado a los altares… no será santo de mi devoción”, dijo.
Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios; éstos necesitan una religión que les obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios para los santos.

Benito Juárez












El Sinarquismo fue un movimiento político de nacionalismo revolucionario que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX en México. Es el homólogo mexicano del fascismo en Italia, del falangismo en España o los movimientos de Corneliu Zelea Codreanu como la Guardia de Hierro en Rumanía y el Rexismo belga.

La Unión Nacional Sinarquista (UNS) fue fundada en mayo de 1937 por un grupo de jóvenes activistas liderados por José Antonio Urquiza, quien fue asesinado en abril de 1938, y Juan Ignacio Padilla. En 1946 el movimiento crea el Partido Fuerza Popular. El Régimen censura y reprime al PFP y lo declara ilegal. El Sinarquismo entonces cambia de estrategia y se enfoca en construir Uniones de Colonos, agrupaciones sindicales, organizaciones campesinas, indígenas y de jovenes.

El sinarquismo revivió como movimiento político en los 70's a través del Partido Democráta Mexicano, cuyo candidato fue Ignacio Conzález Gollaz, obtuvo el 1.8% de los votos en la elección presidencial de 1982. En 1988 Gumersindo Magaña Negrete obtuvo una proporción similar, pero entonces el partido se dividió y en 1992 perdió su registro como partido político. Fue disuelto en 1996.

En 1996, el Partido Demócrata Mexicano, brazo electoral del Sinarquismo, perdió su registro provisional, se dividió y con ello una crisis que llevó a la aparición de dos vertientes: la electoral, que funda al PAS (Partido Alianza Social) que postula a Cuauhtemoc Cárdenas en el año 2000 a la Presidencia de la República. Al perder registro, aun en 2007 quisieron unirse a funcionarios irritados de varios partidos para formar uno nuevo. Pero no lograron el registro.

La otra tendencia, de perfil social - comunitario, reconstruyen al Movimiento Nacional Sinarquista y le dan un enfoque de organización de masas:
  • Gestión de recursos a proyectos productivos de grupos campesinos, indígenas y de barrios populares, organizando con visión autogestionaria a cooperativas, empresas comunitarias y programas de Desarrollo Sustentable.
  • Realizan un amplio trabajo de base con sentido de ecología, sustentabilidad y promoción cultural.
  • Cuentan con poco mas de 30,000 afiliados.
Aunque al final, la mayoría asumió una actitud de franco rechazo a los partidos políticos contemporáneos y su participación política es a través de organismos vecinales, campesinos, ecologistas, culturales.




La guerra cristera contra la revolución mexicana

Por Pedro Fernández Barbadillo

Desde la independencia, en 1821, México vivió sumido en dos guerras casi permanentes: la exterior contra Estados Unidos, que le amputó la mitad de su territorio, y la interior, entre conservadores y liberales, católicos y masones. El que fue el virreinato más próspero y extenso de las Indias españolas se hundió en la miseria y el caos.

En 1873 los liberales que gobernaban el estado de Oaxaca, donde nació Juárez, expulsaron a los jesuitas, las monjas y los sacerdotes extranjeros. El sucesor de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, más anticatólico, llegó a expulsar a 410 hermanas de la Caridad que cuidaban de 15.000 desdichados. Ante el anuncio de nuevas medidas anticatólicas, los fieles se prepararon para la rebelión. En 1874 cientos de partidas de campesinos armados atacaron al Gobierno federal; se les llama "los religioneros". La campaña se extendió desde 1873 hasta 1876.

A finales de 1876 accede a la presidencia el general Porfirio Díaz. Durante su reinado, la Iglesia recuperó gran parte de la libertad que había tenido, pero sólo porque Díaz la necesitaba para mantener la paz y porque guardó las Leyes de Reforma en un cajón. El régimen concedió permisos para erigir nuevas diócesis y parroquias y abrir seminarios y colegios.

Entre 1920 y 1928 gobernaron México los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, del clan de Sonora. Ambos detestaban a la Iglesia. En 1925 Calles se decidió a crear una iglesia nacional: cerró docenas de colegios católicos y varias parroquias, expulsó a sacerdotes extranjeros y captó a misioneros protestantes. En el campo político, él y Obregón procedieron a la unificación de los grupos revolucionarios que culminó en los años 30 con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, que posteriormente cambiaría ese nombre por el de Partido Revolucionario Institucional.

El 14 de junio se aprueba la llamada Ley Calles, que desarrollaba el artículo 130 de la Constitución (sólo en 1992 se modificó para permitir la libertad religiosa) y limitaba el número de sacerdotes autorizados para dar culto. En respuesta, el 31 de julio de 1926 el episcopado mexicano ordenó la suspensión del culto.

Desde la aprobación de la Constitución, los católicos estaban organizándose para defender su fe y sus derechos como ciudadanos. La Liga Nacional de Defensa Religiosa, fundada en marzo de 1925, comenzó un boicot económico.

El 3 de agosto se produjo una batalla en el santuario de la Virgen de Guadalupe tras difundirse el rumor de que el Gobierno iba a cerrarlo. A lo largo de ese mes se producen las primeras escaramuzas entre fieles y uniformados del Gobierno, que prosiguen en septiembre. El Gobierno responde con tal represión, que a finales de 1927 había en torno a 20.000 cristeros en armas.

Los cristeros eran en su gran mayoría campesinos, gente en absoluto rica, que sólo habían recibido del Gobierno de la capital y de los militares y funcionarios revolucionarios insultos, humillaciones, impuestos, requisas y persecuciones de orden religioso. Mientras el Ejército lo formaban mercenarios, conscriptos, delincuentes y hasta asesores de Estados Unidos, armados con ametralladoras, trenes, aviones y cañones, los rebeldes eran todos voluntarios, familias enteras, cuyas principales armas eran machetes, viejos fusiles y sus caballos. Su grito de guerra era "¡Viva Cristo Rey!", por lo que se les conoció como cristeros.

El ejército cristero estaba mandado por líderes populares como los generales Jesús Degollado Guízar y Enrique Gorostieta y el coronel Lauro Rocha. Los brotes armados se dieron de manera espontánea, principalmente, en el centro y occidente del país (Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán), así como en Morelos, el Distrito Federal y Oaxaca

La Cristiada tuvo un carácter religioso innegable. El general federal Eulogio Ortiz hizo fusilar a uno de sus soldados sólo por llevar un escapulario al cuello. Al "¡Viva Cristo Rey!" de los cristeros durante las batallas y escaramuzas los soldados respondían: "¡Viva Satán!". Cuando los militares entraban en una población abandonada la víspera por los cristeros, incurrían en represalias tales como el saqueo, la profanación de templos y objetos de culto, la ejecución de sacerdotes, el confinamiento en campos de trabajo o el bombardeo del lugar.

Los Arreglos

Después de casi tres años de campañas, la guerra resultaba ruinosa y vergonzosa para el Gobierno revolucionario: pese a contar con 70.000 soldados, no podía vencer a los que consideraba unos rebeldes analfabetos en alpargatas ("Una reacción de indios embrutecidos por el clero y sumidos en el fanatismo ", según la versión oficial), la producción agrícola se había hundido y la economía estaba estancada. De modo que en 1929 el nuevo presidente, Emilio Portes Gil, ofreció la paz. Los obispos se sentaron muy a gusto en la mesa de negociaciones, en la que también participó, como mediador, el embajador estadounidense, Dwight Whitney Morrow, que insistía al Gobierno y a la prensa para que no hablasen de cristeros sino de bandidos.

En los Arreglos, el Gobierno revolucionario mexicano sólo se comprometía a no aplicar la legislación anticatólica, pero no a derogarla, y a permitir la apertura de iglesias. Sin embargo, los sectores del clero y de los laicos de las ciudades opuestos a los cristeros aceptaron el ofrecimiento, que nunca se habría producido de no ser por la rebelión. Los obispos forzaron a los cristeros, a los que no se había invitado a las negociaciones, a rendirse y desarmarse.

Una nueva cristiada

En cuanto dejaron las armas, los cristeros empezaron a ser asesinados. En los años siguientes murieron unos 1.500, más que en toda la guerra. En 1932 Pío XI condenó, en la encíclica Acerba Animi, la ruptura de los Arreglos. Se produjo una nueva rebelión en 1932, que sumó 7.500 cristeros en 15 estados en 1935. Hubo entonces prelados que los desautorizaron y les culparon de los actos anticlericales cometidos por el Gobierno del general Lázaro Cárdenas.

Las partidas sobrevivieron en el norte de Puebla hasta 1938 y en Durango hasta 1941. El último cristero, Federico Vázquez, se rindió en Durango en 1941 y fue asesinado por diez sicarios enviados por el gobernador local, militante del partido que en 1946 pasaría a llamarse PRI.




La edición del 21 de septiembre de 2002 del diario londinense Guardian informa que en el aniversario de la fundación de la Legión Española de camisas azules, el orador estrella fue Blas Piñar, fundador de las Guerrillas de Cristo Rey, una pandilla de matones derechistas ultracatólicos que aterrorizaron Madrid en los 1970. "Su carismática fusión de la hagiografía de Franco, sus ataques a 'los rojos', citas de las Escrituras y referencias a los santos, fueron recibida con arrobamiento. Entre el público se encontraba un frágil veterano, bigote gris, de la Divisón Azul, el cuerpo de 40.000 voluntarios de Franco que pelearon por Hitler en Rusia".
La traducción al español del libro cismático de Marcel Lefebvre Yo acuso al concilio se publicó en las oficinas de la Fuerza Nueva, el partido fascista franquista de Blas Piñar. En el acto, Lefebvre estuvo acompañado de Blas Piñar, presidente de Fuerza Nueva.

La traducción al español del libro cismático de Marcel Lefebvre Yo acuso al concilio se publicó en las oficinas de la Fuerza Nueva, el partido fascista franquista de Blas Piñar. En el acto, Lefebvre estuvo acompañado de Blas Piñar, presidente de Fuerza Nueva.



En oposición al Concilio Vaticano II, Blas Piñar favorece la preservación de la misa tridentina, la cual le autorizó a Lefebvre celebrar para Fuerza Nueva. Le da credibilidad a las "apariciones" marianas de los 1800, a partir de lo cual surgió el integrismo. De particular importancia son las apariciones de La Salette, en las que supuestamente la Virgen le explicó a dos niños que la Iglesia está en peligro debido a su jerarquía. Supuestamente, la Virgen hizo un llamado a los Apóstoles de los últimos días para que formacen un ejército para combatir por Cristo.
Se llegó a conocer a Blas Piñar como el caudillo del Tajo, luego de que el místico Clemente Domínguez, tuvo la visión que le decía que Cristo iba a enviar a "el gran caudillo del Tajo, el segundo Franco", para salvar a España cuando desapareciera Franco.

Piñar fundó Fuerza Nueva en 1966, con el propósito de "mantener vivos los ideales del 18 de julio de 1936". Durante el régimen de Franco, Piñar fue el director del Instituo de Cultura Hispánica, pero fue destituído por publicar un ataque virulento contra los EU. Era protegido del almirante Carrero Blanco, segundo en mando después de Franco.

En 1970, la ultraderecha española presentó candidatos a nombre de Unión Nacional, y ganó un escaño, el de Blas Piñar. En las tres elecciones subsecuentes, en 1977, 1979 y 1982, nuevamente la ultraderecha sólo consiguió un representante, Piñar.

El fundador del movimiento belga pro nazi Rexism, León Degrelle, estuvo en contacto con el movimiento de Piñar en España. Degrelle viajó a México en 1930, y se vinculó al movimiento cristero y a Bernardo Bergöend. Degrelle vivió en España al terminar la Segunda Guerra Mundial, y su hija se casó con Servando Balaguer, quien por un tiempo fue el jefe de la Fuerza Nueva de Piñar.

En 1976, Ernesto Mila presentó la tésis organizativa ante el Primer Congreso de Fuerza Nueva, a solicitud de Blas Piñar. Habló de la Guardia de Hierro rumana, de Cornelius Codreanu, como el modelo organizativo para el partido de Piñar.

En el público se encontraba Horia Sima, un miembro de la Guardia de Hierro, quien estuvo al frente de la Legión Rumana que combatió por Hitler contra la Unión Soviética. Según un autor, Blas Piñar encontró en la "Legión Rumana y en su catolicismo militante una confirmación de su 'ultramontanismo' ".

—William F. Wertz.

La guerra cristera: el sinarquismo entonces y ahora

por William F. Wertz

El propósito de este artículo es explicarle al joven líder potencial de México y otras partes, cómo el sinarquismo se ha usado para tratar de impedir el desarrollo de México, en particular, en tanto Estado nacional soberano independiente, dentro de una comunidad mundial de Estados nacionales soberanos, mutuamente comprometidos al fomento del bienestar general de sus respectivos pueblos, mediante el desarrollo económico. Ello se hace necesario ante la renovada amenaza que presenta para México, los Estados Unidos, y otras naciones, el que los sinarquistas de la actualidad —centrados en torno al vicepresidente Dick Cheney de los EU, y del Partido Acción Nacional (PAN) en México— impongan el fascismo internacional.

Como señala el libro El PAN, en 1926 Manuel Gómez Morín, fundador del derechista PAN, era el abogado de la embajada soviética en México. Ya en 1922 Gómez Morín había propuesto ante el Primer Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en México, D.F., "la abolición del actual concepto del poder público que, suponiendo al Estado una entidad soberana. . . se traduce en un derecho subjetivo de los menos sobre los más. . . Obtener, en oposición al principio patriótico de nacionalismo, la integración de las nacionalidades, en una comunidad universal".



Gómez Morín admiraba a Vicente Lombardo Toledano, quien de acuerdo con el libro El PAN, era el principal agente de la Internacional Comunista en Iberoamérica. Así, el programa que Gómez Morín propuso en 1922, fue el que aprobó la Internacional Comunista en Bakú, URSS, en 1921: eliminar la soberanía de los Estados nacionales, e imponer una dictadura sinarquista hobbesiana a una multitud de comunidades tribales. Ese fue el programa que le encomendaron diseñar a Lombardo Toledano para Iberoamérica. Para 1926, el año en que empezó la insurrección cristera, elaboró una propuesta corporativista para organizar comunidades indígenas, basada explícitamente en un modelo medieval del siglo 13. En lo esencial, tal concepto no era nada diferente del que promovían los jesuitas fascistas que dirigían a los cristeros.

José Vasconcelos fungió como secretario de Educación Pública de 1920 a 1924. Contra él y sus planes educativos fue que organizaron a los cristeros, a favor de una educación "católica". Y, no obstante, la revista Timón del "liberal" Vasconcelos era financiada por la compañía alemana Transozean GmbH, uno de cuyos directores era Hjalmar Schacht, el hombre de la oligarquía financiera angloamericana en Alemania responsable de llevar a Adolfo Hitler al poder.

Gómez Morín, el fundador del PAN, fue presidente del Banco de México durante el Gobierno de Plutarco Elías Calles y, desde esa posición, financió el movimiento que procuraba poner a Vasconcelos en la Presidencia de México.

Lombardo Toledano fue miembro destacado de la Confederación Revolucionaria Obrera Mexicana (CROM) de Luis Morones, organización que adversaba radicalmente a la Iglesia. No obstante, Gómez Morín, Lombardo Toledano y José Vasconcelos aborrecían la memoria de Benito Juárez, y se unieron a los sinarquistas de la Iglesia en oposición a la Constitución de 1917.

Según un documento confidencial elaborado el 31 de octubre de 1941 por el agregado naval adjunto de los EU en la capital mexicana, Harold P. Braman, Vasconcelos era uno de los subjefes de la Unión Sinarquista Nacional. Él y Gómez Morín eran miembros del Consejo Falange–Iglesia, también conocido como "Consejo de la Hispanidad", o simplemente "La Base", que controlaba a la Unión Nacional Sinarquista. René Capistrán, el comandante supremo de la Liga Nacional de Estudiantes Católicos (LNEC), y de los cristeros, fue miembro del comité central de la misma Unión Sinarquista.

Aunque historiadores como Jean Meyer pretenden presentar el conflicto religioso de México como resultado de los planes "regalistas" de los Borbones, la realidad es que el intento de establecer una Estado nacional soberano en México, como modelo para toda Iberoamérica, se basó en la Constitución estadounidense. Es más, la politica exterior de los EU fomentó ese plan. Por ejemplo, a principios de 1825, el presidente estadounidense John Quincy Adams propuso que los delegados al Congreso Anfictiónico de Panamá le aconsejaran informalmente a las naciones iberoamericanas abandonar la religión de Estado. Cualquier análisis de la insurrección cristera debe partir de esta perspectiva, contraria al concepto de que la rebelión la provocó de forma injusta el regalismo borbón, o alguna otra maquinación del demonio.

Como dice Meyer en La cristiada, el conflicto con la Iglesia en México devino en enfrentamiento en tres ocasiones: con los Borbones en 1810; con Lerdo de Tejada, el sucesor de Benito Juárez, en 1874; y con Calles en 1926. Con los Borbones, los jesuitas fueron expulsados en 1767, y en 1799 se canceló la inmunidad judicial de los clérigos.

Luego de la Declaración de Independencia de 1810, la de otra forma positiva Constitución de Apatzingán de 1814 proclamó al catolicismo como la única religión reconocida, y restauró las órdenes religiosas suprimidas por los Borbones.

Según Meyer: "Las guerra de la Reforma (1857, 1867 y 1876), y el anticlericalismo de la Constituyente de 1917, la persecución que se dio entre 1926 y 1938, y las rebeliones cristeras en el mismo período, todos estos hechos fueron consecuencia de la política regalista de los Borbones". Además sostiene que las disposiciones de Lerdo de Tejada de 1859, "provocaron la insurrección de los religioneros, un movimiento semejante a la Vendée y al carlismo español". Señala además que el intento por establecer un Estado nacional soberano basado en el modelo estadounidense era ajeno a la tradición hispana. Según Meyer: "El México moderno ha sido formado por hombres que despreciaban al antiguo México. En gran medida, esta fue la raíz del conflicto que enfrentó al nacionalista Calles contra los patrióticos cristeros".

Así, el supuesto básico de Meyer es que la soberanía nacional es ajena a la "tradición hispana", "patriota", como se refleja en la rebelión de los "religioneros" contra la Reforma y la insurrección cristera contra la Revolución Mexicana. Asimismo, Meyer compara explícitamente la rebelión de los religioneros con el carlismo español. Es muy dicente también que al final del libro Meyer escribe: "Algunos han interpretado esta guerra como un movimiento similar al de Salazar o Franco, como precursora del sinarquismo, una variante mexicana del fascismo". Por supuesto, según Meyer ese no es el caso. Para Meyer, el sinarquismo es un movimiento fundado en México en 1937. El único nexo que está dispuesto a reconocer entre los cristeros y el sinarquismo es que, según él, el fracaso de los primeros dio paso a los segundos, y posteriormente al PAN.

Pero la verdad es que la insurrección cristera fue la precursora directa del movimiento sinarquista oficial en México. La ciudad de Guadalajara y el estado de Jalisco fueron los baluartes, tanto de los cristeros, como de la Unión Nacional Sinarquista. Hasta la fecha, Guadalajara es un centro del sinarquismo a favor de los cristeros.

Meyer sostiene su tesis fraudulenta omitiendo cualquier referencia a los agentes jesuitas decisivos que participaron en la formación de los cristeros desde principios de los 1890, y el papel de estos mismos jesuitas en la posterior creación del sinarquismo mexicano en los 1930. El principal agente jesuita que omite es a Bernardo Bergöend, a pesar de que gran parte de los antecedentes sobre él que aparecen en este artículo derivan directamente de los libros que el mismo Meyer recomienda en su bibliografía. Como se detalla más adelante, Bergöend, quien primero pasó de Francia a México en 1891, por más de tres décadas fue decisivo en sembrar las semillas que más tarde produjeron la insurrección cristera. Al mismo tiempo, como documenta el libro El PAN, cuando concluyó la insurrección cristera en 1929 Bergöend encabezó a los intransigentes que rehusaron aceptar la política de reconciliación del Vaticano. También ayudó a fundar la Liga de la O, también conocida como la OCA (Organización–Cooperación–Acción), que mantuvo una resistencia armada. La OCA recoge al núcleo de militantes cristeros quienes, en los 1930, pasarían a formar la Unión Nacional Sinarquista.

Las raíces sinarquistas de la rebelión cristera


La insurrección cristera de 1926–1929 fue la continuación de las insurrecciones "religiosas" contra la Reforma de Juárez y Lerdo de Tejada, inspiradas en las guerras carlistas del siglo 19 en España, llevadas a la práctica por la oligarquía europea. Los carlistas defendían la política de la Santa Alianza: monarquía absoluta, despotismo feudal y rechazo a todo lo que semejase una república federal soberana.

Antes de la Revolución Mexicana de 1910, cuando el presidente Porfirio Díaz aún estaba en el poder, el sacerdote jesuita José Luis Cuevas lanzó un movimiento de Acción Católica sinarquista, con la formación de una Unión de Católicos Mexicana, para hombres, y la Unión Femenina Católica Mexicana. Esto llevó al Primer Congreso Católico en febrero de 1903, en la ciudad de Puebla. Uno de los delegados, un joven abogado de Jalisco, Miguel Palomar y Vizcarra, propuso la creación de un banco cooperativo rural. Posteriormente hubo congresos católicos en Morelia en 1904, en Guadalajara en 1906 y en Oaxaca en 1909. A la par, se realizaron congresos rurales en Tulancingo en 1904 y 1905, y en Zamora en 1906. Entre los dirigentes de los congresos, además del padre Cuevas y Palomar, estaban el laico José Refugio Galindo; un sacerdote josefino, José María Troncoso; el juesuita francés Bernardo Bergöend; y el obispo de Tulancingo, José Mora y del Río, quien posteriormente fue nombrado arzobispo de México.

Bernardo Bergöend fue la personalidad decisiva que, no sólo formó el sinarquista movimiento de Acción Católica que condujo a la insurrección cristera, sino que también, cuando concluyó la guerra, continuó con el proceso que llevó a la creación oficial del movimiento sinarquista.

Bergöend nació en Francia en 1871 e ingresó a la Compañía de Jesús a los 18 años de edad. A los 20, en 1891, fue enviado a México, donde cursó estudios en San Luis Potosí. En 1900 fue enviado a estudiar teología a España. Luego pasó a San Luis, Misurí, en los EU, donde se ordenó sacerdote. De ahí regresó a México, donde ocupó varios cargos en Puebla y en México, D.F., antes de que lo nombraran profesor de filosofía en el Instituto Jesuita de Guadalajara.

In 1905 José Refugio Galindo fundó el grupo de Operarios Guadalupanos. En 1908, el padre José María Troncoso fundó la Unión Católica Obrera. En 1906, Bergöend organizó los primeros "ejercicios espirituales" jesuitas, con trabajadores de Guadalajara. Ahí llegó a conocer algunos miembros de Operarios Guadalupanos de Galindo, y a dirigentes laicos como Palomar. Bergöend insistía en la necesidad de formar un partido político católico para promover la acción social, y redactó el proyecto y el programa del Partido Católico Nacional (PCN) basado en los preceptos del partido católico francés llamado Acción Popular Liberal. El 5 de mayo de 1911, por primera y última vez, se formó en México un partido político con el nombre de "católico". En agosto de 1911 el PCN realizó su primera convención nacional. En su libro Christ and the Americas, la buckleyita Anne Carroll se refiere al PCN y a su apéndice, la LNEC, como "el grupo más constructivo" en México en esa época.

Asimismo, en 19ll Bergöend creó una nueva organización en México, copiada de la Asociación Católica de Jóvenes Franceses. Luego, en 1912, regresó a México, D.F., donde fungió como asesor del Centro de Estudiantes Católicos (CEC). Desde ahí procedió a crear la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (ACJM); él mismo redactó los estatutos de la ACJM, establecida formalmente el 12 de agosto de 1913.

En un discurso ante la dirigencia del primer grupo local de la ACJM, Bergöend hizo la siguiente declaración a favor de un Estado teocrático:

"Todos son concientes de la triste situación en la que se encuentra el país. Después que se excluyó a Dios de las leyes, de las escuelas, y de la vida pública, el positivismo, ese cáncer del alma nacional, ha hecho del Estado una religión. Los resultados no se han hecho esperar: en el campo de las ideas, el caos de los errores y las desviaciones; en el campo de la acción, un cúmulo de calamidades. Aun entre los católicos, la indiferencia ha echado profundas raíces; para muchos el patriotismo ha venido a ser el egoísmo refinado. Nuestros trabajadores en el campo, al igual que en la ciudad, le han hecho caso a las doctrinas destructivas del socialismo, y no teniendo ya las restricciones de la religión, han llevado su odio hacia el capital y la sociedad a los hechos. No es de sorprender, entonces, que el llamado a la guerra fraticida que ha convertido el suelo fértil de la patria mexicana en un zarzal sangriento, haya hecho tan grande erupción y causado tantos estragos. . .[2]

"Oh, las cosas que pudiera hacer por la renovación de México un buen contingente de jóvenes, fuertemente unidos, quienes animados por una fe profunda en la causa de Dios, de la patria, del alma del pueblo, trabajarían como uno solo por Dios, por la patria y por el pueblo, amando a Dios hasta el límite del martirio, la patria hasta los límites del heroísmo, y al pueblo hasta los límites del sacrificio".

Hoy día, la página de la ACJM en internet señala lo siguiente:

"El P. Bernardo proclamó ente sus muchachos la urgencia y el deber de hacer reinar a Cristo no sólo dentro del templo, sino también afuera, en el taller, en la escuela, en la calle, en el Congreso".

En 1914, el Partido Católico Nacional, el cual, como dijimos, fue creado por Bergöend, procedió a consagrar a México a Cristo Rey, en una ceremonia en la Villa de Guadalupe. Esto fue una declaración de guerra contra la Revolución de 1910.

En 1916 la ACJM prendió como reguero de pólvora por todo Jalisco. En enero de 1917 René Capistrán Garza, quien más tarde sería el comandante supremo de los cristeros, fue elegido presidente del CEC de México, D.F., asesorado por Bergöend, y de este modo se convirtió en el presidente provicional de la ACJM.

El abogado Palomar y Vizcarra, nacido en 1880, era un asesor laico de la ACJM, dirigente del bloque católico en la legislatura estatal de Jalisco y profesor de la Escuela Libre de Derecho de Guadalajara.

El movimiento de acción social en México, se copió de los movimientos de Acción Social de Bélgica, Francia y Alemania, basados en las ideas fanáticas de Charles Maurras, creador del grupo seudocatólico l'Action Française. Se trata del llamado modelo belga–alemán del activismo social–cristiano, basado en una interpretación gnóstica de la encíclica del papa León XIII, Rérum Novárum, de 1891. En esencia, Bergöend y los demás jesuitas de la acción Social caracterizaban a la Revolución Mexicana como socialista y, con base en Rérum Novárum, alegaban que las instituciones de México eran incompatibles con el catolicismo. Irónicamente, muchas de las políticas positivas que alentaba el papa León XIII a favor de los trabajadores fueron incorporadas en la Constitución mexicana de 1917. Sin embargo, el movimiento de Acción Católica de Bergöend interpretaba Rérum Novárum desde el punto de vista del Sílabo de errores del papa Pío IX, y se concentraba de manera reduccionista en la condena del "socialismo" que hace el papa León XIII, y en su defensa de la propiedad privada. El modo en que Bergöend y otros interpretaban Rérum Novárum es análogo al modo en que los gnósticos del American Enterprise Institute de los EU, tales como Michael Novak, George Weigel y Richard Neuhaus, hoy día interpretan a su conveniencia las encíclicas del papa Juan Pablo II, tratando de presentar la doctrina gnóstica del libre comercio, como si fuera la doctrina social de la Iglesia.

La Constitución de 1917 vs. los teócratas


A fines de 1919 un grupo de católicos creó un nuevo partido político para intervenir en las elecciones venideras: el Partido Nacional Republicano. Sus dirigentes más prominentes estaban vinculados estrechamente con el antiguo Partido Católico y con el movimiento de Acción Católica de la época de Madero. El comité ejecutivo lo encabezaba Rafael Ceniceros y Villarreal (ex gobernador de Zacatecas), René Capistrán Garza y Luis M. Flores. Cuando Carranza escogió a Ignacio Bonillas como el candidato presidencial oficial, Álvaro Obregón, cuyo compromiso era con la Constitución de 1917 y el desarrollo de México en tanto Estado nacional soberano, encabezó el derrocamiento de Carranza, remplazó a Bonilla como candidato oficial y, en septiembre de 1920, derrotó fácilmente al candidato católico Alfredo Robles Domínguez.

Como la elección de Obregón vino luego de una sublevación militar, los EU no lo reconocieron al principio. El Gobierno de Warren G. Harding tenía especial interés en lo establecido en la Constitución de México sobre la expropiación petrolera. Washington se mantuvo sin reconocer al nuevo Gobierno hasta 1923, tres años después de Obregón llegar al poder.

Durante este período, Obregón no hizo nada por instrumentar los artículos de la Constitución que restringían la actividad política de la Iglesia católica. Aunque la política de largo plazo de la Iglesia consistía en exigir nada menos que el dominio clerical de toda la educación en México.

Obregón trató de resolver el problema de la tierra mediante el establecimiento de los ejidos (tierras comunales concedidas a los campesinos sin tierra). La Iglesia condenó estas reformas agrarias revolucionarias porque no tomaban en consideración el "justo derecho de los terratenientes", es decir, de los hacendados.

En 1918 se formó la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM) para ayudar a los trabajadores urbanos. Los obispos mexicanos le prohibieron a los católicos unirse a esos sindicatos "socialistas".

Para los obispos bastaba que el Sílabo de errores había condenado el socialismo. Los reaccionarios de la Iglesia mexicana, al igual que los carlistas del Christendom College hoy día, procuraban reconstruir el mundo medieval que existía antes del Renacimiento italiano. Con los gremios, esperaban restablecer el sistema de la Edad Media. Todas las organizaciones que se desarrollaron en el marco del movimiento de acción social se basaron en este concepto.

En 1920 los dirigente de la acción social organizaron una Confederación de Asociaciones Católicas de México. Las juntas locales fueron designadas por los obispos. En Jalisco, ocho sacerdotes dirigían la junta. En este mismo lapso, el cura jesuita Méndez Medina organizó el Secretariado Social de México, que difundió las enseñanzas de la Acción Social por todo el país.

Esta ofensiva teocrática por parte de los sinarquistas en la Iglesia chocó con las provocaciones de la izquierda sinarquistas, alimentando el clima de guerra religiosa que condujo a la insurrección cristera. El 24 de noviembre de 1921, por ejemplo, estalló una bomba de dinamita a los pies del relicario de la Virgen de Guadalupe, en la propia basílica de Guadalupe en México. El 1 de mayo de 1922, la CROM realizó un ataque armado contra la sede de la ACJM en la capital mexicana.

La columna vertebral del movimiento de acción social era la Confederación Nacional Católica de los Trabajadores, creada en mayo de 1922 en una convención en Guadalajara, donde tenía su sede nacional. Ese mismo año, la ACJM realizó su primer Congreso Nacional en la capital mexicana. René Capistrán Garza le manifestó ahí a los delegados que su tarea era acabar con la "descristianización" de México, producto, según él, de la Reforma de Juárez y de la Revolución.

Según una fuente en inglés, Capistrán dijo: "La obra de descristianización que empezó con la Reforma de Juárez, y que que hábilmente continuó el porfirismo, logró suprimir casi en su totalidad cualquier manifestación de vida religiosa. . . Y entonces vino el desastre; dadas las causas, los efectos tenían que seguir de manera inevitable; hizo erupción la revolución, derramando toda la maldad, toda la corrupción que venía formandose bajo el ala protectora del liberalismo y la protección del régimen. Querían a un pueblo sin Dios, y sólo lograron hordas de bandidos. Querían una nación sin religión, una patria sin historia, una civilización sin ética, y sólo lograron el desastre, la ruina, el deterioro. . . En medio del inevitable y aterrador derrumbe apareció una fuerza de singular vigor y extraordinaria potencia con la que no se contaba; a la hora del desastre apareció inesperada en la plaza pública, plenamente armada, la juventud católica; y con ella apareció, como si surgiera de lo más profundo del alma nacional, como un nuevo retoño fértil de las raíces de la patria, la civilización cristiana con toda la lozanía de su eterna juventud, elevándose por encima de las ruinas que parecían haberla demolido para siempre".

En 1921 se inició un movimiento para erigir un monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete, cerca a la ciudad de León, Guanajuato. Según el arzobispo de México, Manuel Mora y del Río, el monumento "entroniza al Sagrado Corazón de Jesús sobre toda la República". Para la Iglesia esto significaba proclamar la ascendencia temporal de la religión católica en México. Es el mismo espíritu que llevó a los católicos a afirmar la primacía de la acción social sobre el programa del Gobierno. Los obispos decidieron colocar la primera piedra el 11 de enero de 1923. El nuncio apostólico, monseñor Ernesto Filippi, aceptó oficiar en el acto.

Dos días después, el secretario de Gobernación Plutarco Elías Calles ordenó la expulsión de monseñor Filippi por "extranjero pernicioso", y el Gobierno ordenó suspender la construcción del monumento.

Como puede verse de este caso, así como de la política que siguió Calles en cuanto llegó a la Presidencia, Obregón tenía más disposición a ser conciliatorio que Calles, tanto hacia los EU en la cuestión petrolera, como hacia la Iglesia en la cuestión religiosa. Calles les hacía el juego a los sinarquistas desde el Gobierno con un enfoque mucho más provocador.

El mismo Obregón comentó una vez: "El presente programa social del Gobierno que emana de la Revolución esencialmente cristiano, y complementa el programa básico de la Iglesia católica". Pero la Iglesia mexicana siguió viendo a la Revolución como enemiga.

El periódico católico El Obrero de Guadalajara, inició una campaña para adoptar el grito de batalla "¡Viva Cristo Rey!" Sin embargo, Obregón siguió conciliador, al igual que el Vaticano, que no emitió ninguna declaración de respaldo a los obipos mexicanos.

A fines de 1923 y principios de 1924, Obregón enfrentó y aplastó una rebelión armada encabezada por Adolfo de la Huerta, quien al igual que Calles, había sido su aliado en el derrocamiento de Carranza.

En octubre de 1924 se realizó un congreso eucarístico en la capital mexicana, en el que los obispos consagraron la ciudad al Sagrado Corazón de Jesús. Pero, debido a la amenaza de medidas legales del Gobierno, el congreso terminó sin la anunciada peregrinación a la basílica de Guadalupe.

A fines de 1924, Obregón le entregó el mando del Gobierno a Calles. En el otoño de 1925, el Gobierno de Calles presentó ante el Congreso su plan para poner en vigencia los controvertidos artículos 3, 27, 123 y 130 de la Constitución. Sin embargo, sólo se instrumentó la parte del artículo 27 relacionado con las propiedades petroleras.


La Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa


Mientras aumentaban las provocaciones, tanto de los sinarquistas dentro de la Iglesa como las del Gobierno, se creó una organización que Bernardo Bergöend había concebido desde hacía tiempo, y que se convirtió en la organización que a la larga desataría la insurrección cristera: la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR).

El 22 de febrero de 1925 desatose un movimiento cismático contra la Iglesia católica romana. La llamada Iglesia apostólica mexicana se apoderó de la iglesia de La Soledad en Ciudad de México. Al mes siguiente, Calles arregló el conflicto ordenando el cierre de la iglesia para ambos bandos.

En respuesta, el 17 de marzo de 1925 se formó la LNDLR. Sus fundadores fueron Miguel Palomar y Vizcarra; Luis G. Bustos; jefe de los Caballeros de Colón en México; y René Capistrán Garza, presidente de la ACJM. Rafael Ceniceros y Villarreal quedó como presidente de la LNDLR; Bustos y Capistrán Garza quedaron en el comité ejecutivo.

La idea de formar una organización católica de defensa surgió por primera vez en 1918, siete años antes de su creación formal, con Manuel de la Peza, Eduardo J. Correa, y Miguel Palomar y Vizcarra, con la colaboración de Bergöend, quien diseñó el plan de la organización. Sin embargo, en 1918 no había suficiente respaldo para la idea. Otro intento en 1920 también fracasó. En 1925 se revivió el esquema de Bergöend, a iniciativa de Palomar, Bustos y Capistrán Garza.

El 24 de marzo, la LNDLR recibió un telegrama de adhesión de la Unión Popular de Jalisco, encabezada por el abogado Anacleto González Flores, cabeza de una organización secreta llamada la "U"; González nació en Los Altos de Jalisco en 1883.

Capistrán Garza le ordenó a la ACJM movilizar a sus más de 100 organizaciones locales formar comités de la LNDLR. De este modo, los miembros de la ACJM se conviertieron en los dirigentes de la LNDLR, cuya fundación oficial se anunció el 21 de marzo.

En los EU los católicos buckleyitas más prominentes machacaban el tema de la amenaza comunista en México, alegando que los ataques del Gobierno a la Iglesia —y a las propiedades petroleras— eran parte de un complot bolchevique mundial. Los buckleyitas esperaban que al vincular la persecusión religiosa a la cuestión petrolera, podrían inducir al Gobierno estadounidense a intervenir en contra de Calles. Aunque el propósito manifiesto de la intervención sería auxiliar a las compañías petroleras, el resultado sería el derrocamiento de Calles y la defensa de la Iglesia en México.

El 21 de abril el episcopado mexicano emitió una declaración afirmando la supremacía de la Iglesia sobre la autoridad secular en última instancia.

El 14 de julio Calles decretó las leyes necesarias para poner en vigencia los artículos 3 y 130 de la Constitución, invocando la autoridad que le confirió el Congreso para reformar los códigos civil y penal. Los obispos le dieron su aprobación oficial a la LNDLR para iniciar un boicot económico. El 23 de julio, Calles emitió un decreto poniendo en vigencia el artículo 3 de la Constitución.

El episcopado suspendió todos los cultos religiosos que requerían de un sacerdote en todas las iglesias del país, el 31 de julio. Además, los obispos le ordenaron a los feligreses retirar sus hijos de las escuelas públicas, y apoyar el boicot económico declarado por la LNDLR.

Cuando fracasó el boicot económico, la LNDLR recurrió a las armas, que nunca había excluído como opción. La mayoría de los comandantes salieron de las filas de la ACJM o de la organización clandestina de laicos católicos conocida como la "U". En agosto, Capistrán Garza viajó a Texas con la intención de reunirse con el general Enrique Estrada, a quien le ofrecería el respaldo de los católicos para una revolución armada, a cambio de comprometerse a respetar los intereses de los católicos. Sin embargo, para cuando llegó, los EU habían detenido a Estrada por contravenir las leyes de neutralidad de los EU.

El 26 de noviembre hubo una reunión de los dirigentes laicos con el episcopado en la residencia del obispo Pascual Díaz en México, para determinar si se justificaba la resistencia armada. Representando a la LNDLR estaban Ceniceros y Villarreal, Luis G. Bustos, Palomar y Vizcarra, Carlos F. de Landero, Manuel de la Peza y Juan Laine, así como su consejero ecleciástico, el cura jesuita Alfredo Méndez Medina. Cuatro días después volvieron a reunirse, con la presencia también del otro consejero eclesiástico de la LNDLR, el jesuita Rafael Martínez del Campo. Después de la segunda reunión, el obispo Pascual Díaz dijo, en efecto, que los obispos no apoyaban la rebelión, pero tampoco le prohibieron a la LNDLR unirse a los rebeldes cristeros en la "defensa armada".

Los padres Méndez Medina y Martínez del Campo auxiliaron entonces al Comité Directivo de la LNDLR a elaborar el proyecto de la revolución armada para derrocar al Gobierno mexicano.

A fines de diciembre, la LNDLR emitió un manifiesto "A la Nación", firmado por Capistrán Garza, en el cual atacaba "el dominio implacable de un régimen de bandidos armados sobre un pueblo indefenso, honorable y patriótico".

"La destrucción de la libertad religiosa y política, de la libertad de la educación, los sindicatos y la prensa; el negar a Dios y la creación de una juventud atea; la destrucción de la propiedad privada a través del saqueo, la socialización de la fortaleza nacional; la ruina del trabajador libre por medio de organizaciones radicales; el repudio de las obligaciones internacionales; tal es en substancia, el programa monstruoso del régimen presente. En suma, la destrucción deliberada y sistemática de la nacionalidad mexicana".

El manifiesto apelaba al "sagrado derecho a la defensa" como justificación para tomar las armas, y proclamaba "la necesidad de destruir para siempre el dominio perverso de las facciones para crear un Gobierno nacional".

El 28 de diciembre hubo una reunión en México donde se dispuso la acción armada en el Distrito Federal. Un joven ingeniero, Luis Segura Vilchis, representaba al Comité Especial encargado de la guerra, que más tarde atentaría contra la vida del general Obregón. El cabecilla del levantamiento era Manuel Reyes, un antiguo oficial del Ejército del Sur del caudillo de Morelos, Emiliano Zapata, en la revolución de 1910. Reyes había sido "catequizado" por una monja, la Madre Conchita. El 31 de diciembre, la mayoría del grupo asistió a misa en el convento de la Madre Conchita, quien le entregó al grupo una bandera mexicana con imágenes del Sagrado Corazón y de la Virgen de Guadalupe. Algunos de esos jóvenes trataron de ver al padre Bergöend, según una versión no pudieron encontrarlo.

También en diciembre, René Capistrán Garza, todavía en los EU, fue nombrado comandante supremo del movimiento. Palomar y Vizcarra, quien también colaboró con Bergöend para formar la LNEC, fue designado para sustituir a Capistrán Garza en el Comité Directivo. Ese mismo mes, el general Enrique Gorostieta y Velarde, un masón y oficial del Ejército cuando Porfirio Díaz, asumió el mando supremo de todas las fuerzas cristeras en el occidente, con la bendición del arzobispo Manuel Mora y del Río.

Así, para diciembre de 1925, el trabajo de décadas de Bernardo Bergöend y los jesuitas sinarquistas de la Iglesia católica mexicana, con la ayuda de los elementos sinarquistas radicales aliados al presidente Calles que les hacían el juego, llevó finalmente a México al punto de la insurreción armada. Sin embargo, cabe señalar que nunca hubo ninguna posibilidad de que los cristeros tomasen el poder. El objetivo de quienes tiraban los hilos era usar a los cristeros como carne de cañón para impedir el desarrollo soberano de México, asegurar el fiel cumplimiento del pago de la deuda mexicana a la casa Morgan, y garantizarle condiciones favorables a las compañías petroleras angloamericanas.

El papel de William F. Buckley padre


El más prominente de esos intereses petroleros era el de William F. Buckley padre, dueño de la compañía petrolera Pantepec en México para 1913. Éste se oponía a la política del Gobierno del presidente estadounidense Woodrow Wilson, que consistía en respaldar a Pancho Villa (originario del estado de Durango, pero con sede en Chihuahua, quien encabezaba la División del Norte durante la Revolución) contra el Gobierno de Victoriano Huerta. De hecho, Buckley sirvió de consejero del Gobierno oligárquico del presidente Huerta en la conferencia de Niágara de las potencias "ABC" —Argentina, Brasil y Chile—, que fungieron como intermediarias entre los EU y México a raíz del bombardeo naval estadounidense contra el puerto de Veracruz en abril de 1914. Buckley tenía tanta influencia en México, que el Gobierno estadounidense le ofreció la gubernatura militar de Veracruz, la cual no aceptó.

Luego de que las fuerzas revolucionarias de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón derrocaran a Huerta en 1914, Buckley se opuso a que Washington reconociese al Gobierno de Carranza, y más tarde uso su influencia para oponerse a la Constitución de 1917.

El 6 de diciembre de 1919 compareció ante una subcomisión de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de los EU, y dijo: "Pienso que debemos resolver está cuestión sin ninguna referencia a América Latina ni a lo que piensen los latinoamericanos o cualquier otro. Pienso que debemos resolverlo como es debido, sin referencia a más nadie . . . Latinoamérica nos respeta más cuando atendemos a nuestros propios asuntos y no consultamos a los latinoamericanos. Nuestras relaciones con México son asunto nuestro y de nadie más". Aunque Buckley decía que se oponía a la intervención armada, concluyó su testimonio diciendo: "Nada hubiese elevado más nuestro prestigio de ese modo en Latinoamérica, como mandar un ejército al otro lado de la frontera la primera vez que tocaran a un estadounidense, y ejecutar a todos los que lo agraviaron".

Asimismo, Buckley nunca negó su participación en el fallido movimiento contrarrevolucionario del general Manuel Peláez, cuyo tren de municiones, patrocinado por Buckley, se perdió, cuando su representante en Washington, un antiguo amigo íntimo de Buckley, iba a presentarse ante el Departamento de Estado en Washington como representante del "Gobierno" de Peláez.

Cuando Warren Harding fue elegido presidente estadounidense en remplazo de Wilson, Buckley hizo campaña contra el reconocimiento del Gobierno mexicano de Obregón.

En 1921, junto con Thomas W. Lamont de J.P. Morgan, formó la Asociación Americana de México (AAM), con oficinas en Nueva York y en Washington, D.C. La AAM se proponía deshacer la legislación petrolera confiscatoria, restaurar los privilegios especiales de los ciudadanos estadounidenses en México, y eliminar las disposiciones de la Constitución mexicana que prohibían a los clérigos estadounidenses de cualquier denominación ejercer sus oficios religiosos en México.

Thomas Lamont fue también el jefe del Comité de Banqueros Internacionales, que posteriormente negoció un acuerdo con México para garantizar el pago de la deuda externa mexicana a los bancos internacionales.

En noviembre de 1921 el Álvaro Obregón expulsó a Buckley de México por conspirar contra la Revolución. Buckley perdió muchas de sus propiedades, que fueron expropiadas por el Gobierno de Obregón.

Durante la insurrección cristera, el jefe militar de la Liga, René Capistrán Garza, visitó a William F. Buckley padre en San Antonio, Texas. Buckley propuso ofrecerle a los rebeldes mexicanos 500.000 dólares para su insurrección. Buckley veía una oportunidad para recuperar sus fortunas en México financiando a los cristeros en su intento de derrocar al régimen de Calles.

Buckley no pretendía aportar el dinero él mismo; más bien le ofreció a Capistrán Garza presentarle a Nicholas Brady, quien, según Buckley, le daría al representante de la Liga los 500.000 dólares. Brady era presidente de la empresa Edison de Nueva York y de la United Electric Light and Power Company en 1926. Fue el primer laico estadounidense que recibió el título de chambelán del Papa y era un amigo íntimo cercano de Pío XI, y del secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Gasparri.

Buckley recibió el auxilio de un tal doctor Malone, un católico muy conocido, quien era el médico de cabecera del gobernador de Nueva York, Alfred E. Smith.

Supuestamente, Capistrán Garza nunca llegó a ver a Brady porque el obispo Pascual Díaz intercedió con Buckley para desalentarlo de financiar a los cristeros. Monseñor Díaz supuestamente le dijo a Buckley que la jerarquía católica quería un gobierno de coalición encabezado por liberales. Anne Carroll, en su libro Christ and the Americas, recalca que Buckley decidió no financiar a los cristeros. Ella y su esposo, Warren Carroll, eran íntimos del cuñado de William F. Buckley hijo, L. Brent Bozell, casado con Patricia Buckley.

Lo importante no es si Buckley personalmente financió al movimiento cristero. El hecho es que Buckley alentó e incitó al movimiento cristero con la promesa de financiarlo. Además, tampoco hay ninguna prueba de que no haya arreglado el financiamiento de algún otro modo.

Por ejemplo, en 1926, los Caballeros de Colón de los EU aprobaron una resolución en la que dicen que "tasaremos a nuestros miembros hasta por un millón de dólares", y "ofrecemos el respaldo y cooperación de 800.000 hombres que aman a Dios".

Un despacho del Departamento de Justicia desde San Antonio, Texas, el 19 de agosto de 1926, decía que había dos Caballeros de Colón estadounidenses vinculados con un grupo de clérigos y laicos mexicanos que apoyaban el plan de Félix Díaz para derrocar a Calles. Los "caballeros, la Iglesia católica e intereses adinerados" le adelantarán a Díaz 5 millones de dólares, siempre y cuando "restaure la Iglesia y conceda ciertas concesiones a las compañías petroleras que tienen negocios en México".

Otro indicio del respaldo extranjero a los cristeros es el informe del señor Montavón, un mexicano que había estado asociado con intereses petroleros en los EU y fue asesor jurídico de la Conferencia Católica Nacional de Bienestar de los EU (NCWC, en inglés), en el sentido de que los intereses petroleros de British Pearson o Cowdray en México habían incitado a "elementos católicos militantes". Según él, intereses petroleros le habían ofrecido entre 25 y 50 millones de dólares si los católicos mexicanos aportaban 2 millones de hombres. Aunque la oferta fue rechazada, el informe da un indicio de cómo se usó a la insurrección cristera.

Lo que le complicó las cosas a Buckley y a otros intereses petroleros fue el hecho de que en febrero de 1924 los EU prohibieran la venta de armas a todos los grupos mexicanos, excepto al Gobierno de Obregón. En el otoño de 1926, el presidente estadounidense Calvin Coolidge declaró la prohibición para todos los grupos mexicanos, ya que Calles estaba abasteciendo de armas a Juan Bautista Sacasa en Nicaragua, que se oponía a la facción que apoyaban los EU. El 8 de marzo de 1929, el presidente Herbert Hoover anunció la continuación de la política del Gobierno anterior, es decir, abastecer de armas únicamente al Gobierno reconocido de Emilio Portes Gil. El 18 de julio de 1929, a menos de un mes de que se llegara a un modus vivendi entre la Iglesia y el régimen de Portes Gil, los EU suspendieron la prohibición.

No obstante que Buckley y otros claramente compartían la ideología sinarquista de los cristeros, los utilizaron como carne de cañón para presionar al Gobierno mexicano a que le hiciera concesiones a los intereses petroleros extranjeros en México, y en cuanto al pago de la deuda externa.

La política del petróleo

Como puede verse de la actuación de Buckley y Lamont, la insurrección cristera estuvo relacionada directamente con la cuestión de las inversiones extranjeras en el petróleo mexicano, y con la cuestión de la deuda mexicana a la banca internacional, representada por Lamont de J.P. Morgan.

El artículo 27 de la Constitución de 1917 señala que "corresponde a la nación el dominio directo" del petróleo y todos los recursos naturales. Asimismo, fija las restricciones a la adquisición de propiedades a los extranjeros y confiere a la nación las posesiones de "las instituciones religiosas denominadas iglesias". De ese modo, la Constitución emanada de la Revolución Mexicana se proponía establecer la soberanía de México sobre sus recursos naturales, y en particular sus recursos petroleros, y al mismo tiempo, sobre los recursos materiales de la Iglesia.

El Gobierno de los EU no reconoció al presidente Álvaro Obregón sino hasta 1923, tres años después de que asumió el poder. El reconocimiento vino después de que se llegó a un acuerdo con los EU sobre la cuestión petrolera. Con el acuerdo de Bucareli, el Gobierno mexicano aceptaba que las concesiones petroleras otorgadas a los inversionistas extranjeros entre 1876 y 1917, como las de William F. Buckley padre, por ejemplo, se mantendrían a perpetuidad. A pesar de que Obregón había expulsado a Buckley de México en 1921, luego del acuerdo de Bucareli su sucesor, Plutarco Elías Calles, lo invitó a regresar en 1924.

Sin embargo, antes de empezr la guerra cristera, el principio asentado en el artículo 27 de la Constitución —que la propiedad del petróleo corresponde a la nación directamente— se plasmó en la nueva ley petrolera del 26 de diciembre de 1925, que entraría en vigencia a partir del 1 de enero de 1927, y que establecía que el petróleo era propiedad inalienable de la nación.

A los propietarios de terrenos petroleros que hubiesen incluso iniciado la explotación antes de mayo de 1917, o hubiesen realizado alguna "acción positiva" indicando su intención de explotar el petróleo, se les exigía solicitar la concesión para tener derecho a explotarlo por 50 años, y no a perpetuidad. Se les daba un plazo de 12 meses para solicitar la nueva concesión, y de no hacerlo, el derecho original a perpetuidad se consideraría nulo. Otra disposición exigía que en el contrato se incluyese la llamada Cláusula Calvo, por la cual los extranjeros que tuviesen propiedades en México se sometían a la jurisdicción legal mexicana y no podrían reclamar la protección diplomática de sus Gobiernos.

A la ley petrolera de diciembre de 1925 se le incorporaron una serie de regulaciones el 8 de abril de 1926, que le daban amplios poderes de acción e interpretación a la Secretaría de Industria y Comercio. Sólo unas cuantas empresas petroleras extranjeras cumplieron con el plazo de 12 meses, con el resultado de que para el 2 de enero de 1927, las concesiones de varias compañías estadounidenses quedaron anuladas.

Hasta Jean Meyer reconoció que "Calles resentía, como si fuera prueba de traición, la coincidencia cronológica entre el conflicto religioso y las dificultades con los EU que surgieron en enero de 1926. Para el Gobierno, la colusión entre la Iglesia y los extranjeros, es decir los EU y las compañías petroleras, era tan patentemente obvia que no tenía sentido buscarla. El petróleo lo explicaba todo".

No cabe duda de que el nexo era esencial y que la insurrección cristera, con su énfasis en la oposición al socialismo y la defensa de la propiedad privada, buscaba apelar al respaldo de los intereses petroleros, y al mismo tiempo, fue usada por esos intereses como ariete contra el Gobierno mexicano para forzarlo a darle marcha atrás a la ley petrolera de 1925.

Dwight Morrow y el fin de la insurrección cristera


Luego de dos años de guerra sin que los cristeros, que carecían de municiones, pudiesen derrocar al Gobierno, ni que el Gobierno, seriamente dañado económicamente por la rebelión, pudiese suprimirla por completo, los EU intervinieron para presionar al Gobierno mexicano para que resolviera las cuestiones interrelacionadas del petróleo, la deuda y el conflicto religioso. En 1927, Dwight Morrow fue nombrado embajador de los EU en México. Morrow, amigo del presidente Coolidge desde la universidad, y socio de J.P. Morgan, llegó a México el 23 de octubre de 1927.

Antes de aceptar el cargo, Morrow renunció a la J.P. Morgan, y aunque su nexo con esa casa bancaria no puede soslayarse, él representaba algo más que esos intereses financieros. En 1925 había encabezado la comisión que investigó las denuncias del coronel William Mitchell (jefe de Aviación del Ejército de los EU) sobre las insuficiencias de la defensa aérea estadounidense. Además, es de notar que antes de aceptar la embajada, conoció al coronel Charles A. Lindbergh y le sugirió que volara a México. Lindbergh llegó el 14 de diciembre de 1927. Posteriormente, Lindbergh se casaría con la hija de Morrow (en 1940, mucho después de que muriera Morrow en 1931, su hija, Anne Morrow Lindbergh, escribió un libro titulado The Wave of the Future: A Confession of Faith ("La ola del futuro: Una confesión de fé") que fue reseñado favorablemente por la esposa de William F. Buckley padre).

Al mes de llegar Morrow a México, hubo un atentado fallido de bomba contra el general Obregón el 13 de noviembre. Se culpó al padre Miguel Agustín Pro, otro jesuita con el mismo perfil de Bergöend y Méndez Medina. El padre Pro entró a la Compañía de Jesús en 1911, y profesó votos dos años después. Pasó varios años en el extranjero, estudiando en California, Nicaragua, España y Bélgica, y regresó a México en 1926.

El que armó la bomba fue Luis Segura Vilchis, el jefe militar de la Liga en el Distrito Federal, posición a la que ascendió en virtud de su conducción destacada en la ACJM. Durante el atentado, fueron detenidos dos conspiradores, Juan Tirado y Nahum Lamberto Ruiz. Este último sufrió una herida en la cabeza, de la que murió más tarde. Dos escaparon, Segura Vilchis y José González. Este último, por instrucciones de Segura Vilchis, había tomado prestado el automóvil del delegado regional de la Liga en México, Humberto Pro Juárez, que se uso en el atentado. Esto llevó al arresto de Humberto Pro y de su hermano Roberto, ambos miembros de la Liga, y a la detención de su otro hermano, el padre Pro, que también trabajaba con la Liga. Roberto fue liberado, pero el padre Pro, su hermano Humberto, Segura Vilchis y Juan Tirado fueron ejecutados el 23 de noviembre de 1927.

Tras huir del lugar de los hechos, Segura Vilchis fue a la casa de Roberto Núñez, que servía de guarida del Comité Directivo de la Liga. El Comité había considerado la posibilidad de asesinar a Obregón, pero votó en contra de hacerlo. No obstante, Palomar y Vizcarra procedió por su cuenta propia con el atentado. Éste recibió a Segura Vilchis en privado, quien le dijo "tus órdenes se han cumplido", segun le relató el propio Palomar y Vizcarra antes de morir al escritor Antonio Rius Facius, en julio de 1968.

Obregón sucedería a Calles en la Presidencia de México, luego de concluir éste su mandato el 30 de noviembre de 1928.

En el marco de crisis en torno al intento fallido, Morrow procedió a negociar una resolución del conflicto petrolero con Calles. Morrow sugirió que la crisis podría resolverse legalmente de determinarse que las disposiciones del artículo 27 y las regulaciones de la ley petrolera violaban otro aspecto de la Constitución, a saber, el artículo 14, el cual señala de entrada: "A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna". El 17 de noviembre de 1927 la Suprema Corte de Justicia, a instancias de Calles, dictaminó que los artículos 14 y 15 de la ley petrolera eran inconstitucionales. El 26 de diciembre de 1927 Calles envió una solicitud al Congreso para que enmendase esos artículos en conformidad. La enmienda se aprobó el 28 de diciembre, y Calles la firmó el 3 de enero de 1928. El 11 de enero la ley entro en vigencia, y las compañías petroleras estadounidenses aceptaron el nuevo proyecto de regulaciones.

De ese modo, en 1923 y en 1927, el Gobierno mexicano, por presión de los EU, y la ofensiva de los sinarquistas en la Iglesia mexicana, dio marcha atrás a las disposiciones de la Constitución de 1917 que afirmaban el dominio de la nación sobre el petróleo, y le dio concesiones a los intereses petroleros estadounidenses y extranjeros en general.[3]

Resuelta la cuestión petrolera, Morrow procedió a abordar el problema de la insurrección cristera. El 4 de abril de 1928, Morrow concertó una reunión (en la que él estuvo presente) entre Calles y el padre John J. Burke, secretario general de la Conferencia Católica Nacional de Bienestar de los EU, en la fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz. Se avanzó algo, y los obispos mexicanos se reunieron en San Antonio, Texas, donde exigieron que Calles recibiera a monseñor Leopoldo Ruiz y Flores para confirmar las promesas que le hizo Calles al padre Burke. La reunión se realizó el 17 de mayo de 1928. Posteriormente, Ruiz viajó a Roma para obtener la aprobación del Vaticano. Pero de paso en París, Ruiz dio unas declaraciones a la prensa cuyo resultado fue el estancamiento de un arreglo.

Hubo otro traspiés el 17 de julio de 1928, cuando el general Obregón, que había resultado elegido Presidente el 1 de julio, fue asesinado por José de León Toral pocas horas antes de sostener una reunión que tenía programada con Morrow. Toral conocía a Segura Vilchis y había sido amigo de Humberto Pro; de hecho, remplazó a Humberto Pro, luego del arresto y ejecución de éste, como agente de la Liga en la colonia de Santa María de la Ribera de Ciudad de México. Su abogado defensor fue Demetrio Sodi, cuya hija, María Elena Sodi de Pallares, escribió un libro sobre el caso.

Lo irónico es que en su primer Gobierno, Obregón había llegado a un acuerdo con los EU en 1923, en torno a la cuestión petrolera y había sido más conciliador hacia la Iglesia católica que Calles. De allí que su asesinato fue un intento de sabotear la resolución de la guerra religiosa iniciada bajo Calles. Ciertamente la sinarquista Liga, que dirigía a los cristeros, veía en Obregón a alguien que favorecería un modus vivendi con la Iglesia, lo cual iba en contra de su plan de acción ultramontano. Por otra parte, en lo inmediato seguidores de Obregón tenderían a sospechar que el propio Calles habría estado tras el asesinato de Obregón. La presión de los seguidores de Obregón forzó la destitución del jefe de la policía, Roberto Cruz, quien hubiera dirigido la investigación, y quien no tenía buenas relaciones con Obregón. El presidente de la CROM Luis Morones también fue obligado a renunciar de su cargo de secretario de Industria, por el mismo motivo.

A la postre, Toral fue declarado culpable y ejecutado, y la Madre Conchita fue condenada a 20 años de prisión por su complicidad en el asesinato.

Roma nunca respaldó la insurrección cristera


Cabe señalar que antes y durante la insurrección cristera, la política del Vaticano era de conciliación. No fue una guerra que tuviese la aprobación del Papa; todo lo contrario.

Hasta Jean Meyer reconoce que Roma hizo todos los esfuerzos posibles para evitar los suceso de 1926, y en 1929 impuso la paz, sin consultar con la Liga. Roma nunca dio su aprobación a la insurrección y prohibió a los sacerdotes que tomasen parte en ella. En el período anterior a 1926, Roma le daba más crédito al Gobierno mexicano que a los obispos mexicanos. Roma le llamó la atención a los obispos indisciplinados, y condenó su "comportamiento incorrecto" tanto en 1923 como en 1924, con relación al monumento a Cristo Rey y al Congreso Eucarístico.

Roma nunca rompió el silencio, excepto para negar que se hubiese dado la bendición a los combatientes. Más aún, el Papa había disuelto el comité de obispos mexicanos en Roma, y declaró que tanto los obispos como los sacerdotes se debían de abstener de darle asisencia moral o material a los rebeldes. La actitud del Vaticano, de sólo esperar ante los acontecimientos, pasó a ser oposición al levantamiento armado en el verano de 1926, porque entorpecía las negociaciones que se llevaban a cabo primero con Obregón y después con Calles. El nuncio apostólico, Fumasoni Bondi, quería incluso que los obispos condenasen a la Liga y a los cristeros públicamente.

Hasta en las filas de los obispos mexicanos había división. El 1 de noviembre de 1926, el Comité Episcopal declaró que el episcopado nunca había dicho que en México existía un caso de legítima defensa armada por haberse agotado los métodos pacíficos de lucha contra la tiranía. Doce de los 38 obispos rechazaron que tuviesen derecho a rebelarse, mientras que tres los felicitaron. Dos de estos tres, tras la reprimenda de Roma, obedecieron las órdenes del nuncio y dejaron de apoyar al movimiento. El otro no quiso ceder y fue depuesto de su diócesis.

El arreglo, que era posible antes del asesinato de Obregón, se retrasó como resultado de éste. En febrero de 1929, los cristeros lograron finalmente hacer una alianza para derrocar al sucesor de Calles, Emilio Portes Gil, como la que habían intentado sin éxito con el general Estrada; ahora se trataba de José Gonzalo Escobar y sus "renovadores". El trato consistía en que los cristeros respaldarían a Escobar, si este ofrecía garantías para la libertad religiosa. La revuelta se inició el 3 de marzo de ese año, pero la derrotó Calles, quien regresó de su retiro para dirigir el Ejército mexicano.

Para mayo de 1929, tras derrotar la revuelta, Portes Gil manifestó su disposición de hacer concesiones para ponerle fin al conflicto. El 19 de junio se llegó a un acuerdo, que fue aprobado por el Vaticano el 21 de junio de 1929.

Un indicio de que hay quienes dentro de la Iglesia católica mexicana hoy día han aprendido las lecciones de la insurrección cristera, se mostró en la homilía que dio el a cardenal Norberto Rivera, arzobispo de México, el 18 de junio de 2003, en honor del santo patrón de los políticos, santo Tomás Moro. El cardenal hizo un llamado a los líderes políticos mexicanos y a quienes desempeñan puestos públicos, para "promover y consolidar una gran reconciliación. . . que lleve a un gran acuerdo nacional, donde el bien de México esté por encima de los partidos y de los intereses personales o de grupo".

De acuerdo con el sitio de Internet www.Zenit.org, vinculado a la Iglesia, "Al terminar su homilía, el Cardenal dijo que un objetivo de esa reconcialiación eran las tres grandes corrientes que se juntan en México: la indígena, la liberal, y la católica".

La deuda externa de México

Luego de que el Vaticano dio por terminada oficialmente la insurrección cristera, la presión final que hubo sobre México fue para que llegara a un acuerdo sobre la deuda con Thomas Lamont, de J.P.Morgan, quien encabezaba el Comité Internacional de Banqueros.

Bajo el Gobierno de Porfirio Díaz, la deuda externa e interna de México acumulado desde 1822, se reorganizó a una escala mucho menor y se fue pagando gradualmente. Esto restableció el crédito mexicano en el exterior al punto que le permitió al Gobierno endeudarse en los mercados mundiales a tasas de interés de 4,25% (1904 y 1910). A la salida de Díaz, se siguió pagando el servicio de la deuda externa hasta el 1 de enero de 1914, cuando el Gobierno mexicano cayó en mora. En 1919 se constituyó el Comité Internacional de Banqueros, presidido por Lamont, "con el propósito de proteger a los tenedores de valores de la República Mexicana, y de los diversos sistemas ferroviarios de México, y en general, de las demás empresas que tienen su campo de acción en México". Los tenedores de esos valores se encontraban distribuidos de la siguiente manera: 35% en Inglaterra, 23% en Francia, 20% en los EU, y el resto en otros países europeos, principalmente. En 1922, Lamont negoció un acuerdo para reanudar el pago parcial del servicio sobre la deuda de los bonos del Gobierno y de los ferrocarriles, el cual se revisó en 1925 mediante el acuerdo Lamont–Pani, según el cual se reanudarían los pagos de la deuda en 1928. Dada la imposibilidad de cumplir con ese acuerdo, Montes de Oca llevó a cabo negociaciones con el Comité de Banqueros en 1927, 1928, y finalmente en julio de 1930, con la intención de modificar el acuerdo anterior.

Es interesante que Morrow no estuvo de acuerdo con Lamont. Morrow sostenía que México debería considerarse en bancarrota, "y debían imponerse las mismas obligaciones con referencia a sus acreedores, que le impondría un tribunal a una sociedad anónima insolvente. . . Pienso que es del interés de todos los acreedores (incluyendo a los tenedores de bonos) que México debe dividir el superávit disponible sobre la base del mismo principio equitativo, y no de manera completamente fortuita". El principio equitativo que promovía consistía en que los ingresos corrientes se deben utilizar primero para satisfacer las obligaciones correntes —salarios corrientes o atrasados, facturas por servicios o suministros— y no separarlos específicamente en el interés de cualquier clase particular de acreedor, interno o externo.

"Yo lamento", le escribía a Vernon Munroe, "que el Comité Internacional todavía sienta que es deseable obtener un contrato en vez de utilizar su gran influencia con el Gobierno mexicano en la formación de un programa. Sin embargo, en esto, el Comité Internacional simplemente sigue el mismo curso que siguieron los otros acreedores. El resultado es que no se puede confiar en ninguno de los contratos sea eficaz. . . El Comité Internacional debe entender que el Gobierno sólo puede cumplir con su contrato, rompiendo otros contratos hechos por las mismas autoridades para ejecutarse durante el mismo período".

El 25 de julio de 1930 se firmó un acuerdo en el número 23 de Wall Street, Nueva York, entre Lamont y Montes de Oca, mediante el cual se redujeron 763.000.000 de pesos de la deuda externa de México, y se creó una nueva deuda consolidada, garantizada por los ingresos de las aduanas. El servicio total de la deuda no empezaría sino hasta 1936.

Ganó J.P. Morgan y la propuesta de Dwight Morrow fue rechazada. De este modo, en el transcurso de la insurrección cristera, el programa de la Asociación Americana de México, creada en 1921 por Buckley y Lamont, logró su objetivo: forzar al Gobierno mexicano a retroceder en la instrumentación de las disposiciones constitucionales que hacen valer el dominio soberano nacional sobre sus reservas petroleras con el propósito de construir la nación, y forzar a México a pagar su deuda externa a la banca internacional aun a costas del bienestar de su población. En últimas, el propósito era impedir una alianza entre México y los EU para el desarrollo económico mutuo, como lo habían previsto el presidente estadounidense Abraham Lincoln y el presidente mexicano Benito Juárez; el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt con su política del Bueno Vecino; y como propuso el precandidato presidencial demócrata estadounidense Lyndon LaRouche en 1982, en su célebre Operación Juárez.



La guerra cristera contra la revolución mexicana

Por Pedro Fernández Barbadillo

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En el verano de 1926 los católicos mexicanos se rebelaron contra un Gobierno inicuo que les perseguía hasta el punto de la proscripción del culto. En los años siguientes, los campesinos derrotaron a los soldados federales y a sus jefes revolucionarios y masones; y habrían vencido de no ser por los obispos.
Desde la independencia, en 1821, México vivió sumido en dos guerras casi permanentes: la exterior contra Estados Unidos, que le amputó la mitad de su territorio, y la interior, entre conservadores y liberales, católicos y masones. El que fue el virreinato más próspero y extenso de las Indias españolas se hundió en la miseria y el caos.
Una vez derrocado el emperador Agustín I, las elites, sobre todo las liberales, se empeñaron en copiar todas las leyes y las innovaciones constitucionales de Estados Unidos: la estructura federal, el mecanismo de elección del presidente, la figura de la vicepresidencia, etcétera. Alexis de Tocqueville sostenía en La democracia en América que, pese a haber copiado esas instituciones y leyes, México no podría "acostumbrarse al gobierno de la democracia".
Las Leyes de Reforma
La guerra civil entre conservadores y liberales concluyó con la victoria de éstos, apoyados por Washington. Como todos los liberales surgidos del molde francés, los mexicanos incurrieron en la expropiación de tierras comunales y eclesiásticas –para comprarlas a bajo precio– y la persecución de los católicos, al amparo de las Leyes de Reforma, promulgadas por Benito Juárez. Una de éstas ordenaba la exclaustración de monjas y frailes, como hicieron en España los exaltados, lo que supuso, aparte de un atropello a las personas, la destrucción de un inmenso patrimonio cultural. También se prohibía la realización de ceremonias fuera de los templos y que los sacerdotes vistieran sotana o traje talar en la calle.
La primera bandera mexicana, enarbolada por el cura Miguel Hidalgo en 1810, era un estandarte con una imagen de la Virgen de Guadalupe. Pero Benito Juárez llegó a decir:
Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios; éstos necesitan una religión que les obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios para los santos.
En 1873 los liberales que gobernaban el estado de Oaxaca, donde nació Juárez, expulsaron a los jesuitas, las monjas y los sacerdotes extranjeros. El sucesor de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, más anticatólico, llegó a expulsar a 410 hermanas de la Caridad que cuidaban de 15.000 desdichados. Ante el anuncio de nuevas medidas anticatólicas, los fieles se prepararon para la rebelión. En 1874 cientos de partidas de campesinos armados atacaron al Gobierno federal; se les llama "los religioneros". La campaña se extendió desde 1873 hasta 1876, e hizo caer a la facción exaltada del Gobierno.
A finales de 1876 accede a la presidencia el general Porfirio Díaz. Durante sureinado, la Iglesia recuperó gran parte de la libertad que había tenido, pero sólo porque Díaz la necesitaba para mantener la paz y porque guardó las Leyes de Reforma en un cajón. El régimen concedió permisos para erigir nuevas diócesis y parroquias y abrir seminarios y colegios. Sin embargo, la educación mantuvo sus directrices laicistas.
Una Constitución socialista
En 1911 el régimen de Díaz, el Porfiriato, cayó, dando paso a una larga serie de guerras civiles que se prolongaron hasta finales de los años 30: campesinos contra latifundistas, la ciudad contra el campo, el presidente contra los que querían ser presidentes, los masones contra los católicos, guerrilleros contra soldados... Por supuesto, las potencias extranjeras tuvieron su papel; en especial Estados Unidos, que compraba petróleo a su vecino del sur.
En febrero de 1917 se la Constitución que, con algunas variaciones, sigue vigente en el país. Fue la Constitución más socialista del mundo... hasta que los bolcheviques hicieron la suya. Ese socialismo no se limitaba a la nacionalización del petróleo y a la formación de explotaciones agrícolas colectivas (los ejidos), sino que daba especial importancia al control de las mentes por un Estado omnipotente: sólo estaba autorizada la educación pública, que era laicista y revolucionaria; la Iglesia católica quedaba sometida al poder, y quien desafiara la revolución acababa en la cárcel o en el paredón.
Entre 1920 y 1928 gobernaron México los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, del clan de Sonora. Ambos detestaban a la Iglesia. En 1925 Calles se decidió a crear una iglesia nacional: cerró docenas de colegios católicos y varias parroquias, expulsó a sacerdotes extranjeros y captó a misioneros protestantes. En el campo político, él y Obregón procedieron a la unificación de los grupos revolucionarios que culminó en los años 30 con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, que posteriormente cambiaría ese nombre por el de Partido Revolucionario Institucional; el célebre PRI.
El alzamiento cristero
El 14 de junio se aprueba la llamada Ley Calles, que desarrollaba el artículo 130 de la Constitución (sólo en 1992 se modificó para permitir la libertad religiosa) y limitaba el número de sacerdotes autorizados para dar culto. En respuesta, el 31 de julio de 1926 el episcopado mexicano ordenó la suspensión del culto.
Desde la aprobación de la Constitución, los católicos estaban organizándose para defender su fe y sus derechos como ciudadanos. La Liga Nacional de Defensa Religiosa, fundada en marzo de 1925, comenzó un boicot económico.
El 3 de agosto se produjo una batalla en el santuario de la Virgen de Guadalupe tras difundirse el rumor de que el Gobierno iba a cerrarlo. A lo largo de ese mes se producen las primeras escaramuzas entre fieles y uniformados del Gobierno, que prosiguen en septiembre. El Gobierno responde con tal represión, que a finales de 1927 había en torno a 20.000 cristeros en armas.
Los cristeros eran en su gran mayoría campesinos, gente en absoluto rica, que sólo habían recibido del Gobierno de la capital y de los militares y funcionarios revolucionarios insultos, humillaciones, impuestos, requisas y persecuciones de orden religioso. Mientras el Ejército lo formaban mercenarios, conscriptos, delincuentes y hasta asesores de Estados Unidos, armados con ametralladoras, trenes, aviones y cañones, los rebeldes eran todos voluntarios, familias enteras, cuyas principales armas eran machetes, viejos fusiles y sus caballos. Su grito de guerra era "¡Viva Cristo Rey!", por lo que se les conoció como cristeros.
El ejército cristero estaba mandado por líderes populares como los generales Jesús Degollado Guízar y Enrique Gorostieta y el coronel Lauro Rocha. Los brotes armados se dieron de manera espontánea, principalmente, en el centro y occidente del país (Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán), así como en Morelos, el Distrito Federal y Oaxaca
La Cristiada tuvo un carácter religioso innegable. El general federal Eulogio Ortiz hizo fusilar a uno de sus soldados sólo por llevar un escapulario al cuello. Al "¡Viva Cristo Rey!" de los cristeros durante las batallas y escaramuzas los soldados respondían: "¡Viva Satán!". Cuando los militares entraban en una población abandonada la víspera por los cristeros, incurrían en represalias tales como el saqueo, la profanación de templos y objetos de culto, la ejecución de sacerdotes, el confinamiento en campos de trabajo o el bombardeo del lugar.
Los Arreglos
Después de casi tres años de campañas, la guerra resultaba ruinosa y vergonzosa para el Gobierno revolucionario: pese a contar con 70.000 soldados, no podía vencer a los que consideraba unos rebeldes analfabetos en alpargatas ("Una reacción de indios embrutecidos por el clero y sumidos en el fanatismo ", según la versión oficial), la producción agrícola se había hundido y la economía estaba estancada. De modo que en 1929 el nuevo presidente, Emilio Portes Gil, ofreció la paz. Los obispos se sentaron muy a gusto en la mesa de negociaciones, en la que también participó, como mediador, el embajador estadounidense, Dwight Whitney Morrow, que insistía al Gobierno y a la prensa para que no hablasen de cristeros sino debandidos.
En los Arreglos, el Gobierno revolucionario mexicano sólo se comprometía a no aplicar la legislación anticatólica, pero no a derogarla, y a permitir la apertura de iglesias. Sin embargo, los sectores del clero y de los laicos de las ciudades opuestos a los cristeros aceptaron el ofrecimiento, que nunca se habría producido de no ser por la rebelión. Los obispos forzaron a los cristeros, a los que no se había invitado a las negociaciones, a rendirse y desarmarse.
Una nueva cristiada
En cuanto dejaron las armas, los cristeros empezaron a ser asesinados. En los años siguientes murieron unos 1.500, más que en toda la guerra. En 1932 Pío XI condenó, en la encíclica Acerba Animi, la ruptura de los Arreglos. Se produjo una nueva rebelión en 1932, que sumó 7.500 cristeros en 15 estados en 1935. Hubo entonces prelados que los desautorizaron y les culparon de los actos anticlericales cometidos por el Gobierno del general Lázaro Cárdenas.
Las partidas sobrevivieron en el norte de Puebla hasta 1938 y en Durango hasta 1941. El último cristero, Federico Vázquez, se rindió en Durango en 1941 y fue asesinado por diez sicarios enviados por el gobernador local, militante del partido que en 1946 pasaría a llamarse PRI.
Mucha de la violencia que sacude hoy México proviene de esa época, tan cruel como desconocida.

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