ser un estudiante tsotsil
Xun BetanEn una red social habían posteado una nota de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Me sorprendió leer de la celebración de los supuestos cincuenta años de educación indígena en México. La noticia me llevó a mis años de estudiante desde la primaria hasta la universidad, para encontrar dónde estaba reflejada esa llamada educación indígena.
En un párrafo dice: “De 1964 a 2014 se ha trabajado en la atención educativa especializada a la diversidad social, lingüística y cultural en aras de contribuir a la cohesión social de México y del mundo plural del siglo XXI, a través del enfoque de pertinencia e inclusión educativa a los grupos vulnerables”. Vinieron a mi mente varias preguntas: ¿Qué entienden por atención especializada? ¿Por diversidad cultural, lingüística, pertinencia e inclusión? ¿Cómo personas ajenas a nuestro contexto cultural promueven planes y programas de estudio? ¿Cómo desde las actuales reformas para privatizar la educación se puede tomar en cuenta la diversidad?
No soy experto, sólo puedo reflexionar sobre mi experiencia. Creo que refleja la de miles de personas que nacieron en este país y pertenecen a algún grupo indígena. Quizás sabrán más que yo de todo este proceso de integración y discriminación por el modelo educativo. Nací y crecí en una comunidad indígena. Cuando tuve edad para el jardín de niños fui dos o tres veces en tres años, únicamente para pedir los dulces que repartían los maestros el Día del Niño. Me daba miedo ir porque yo no entendía nada el castellano y ninguna de las maestras hablaba una sola palabra de tsotsil.
Cuando entré a primaria, me tocó una profesora que venía de otro estado. Se molestaba porque no entendíamos lo que decía. No pasé. Repetí porque según el modelo educativo yo no sabía nada, aunque a esa edad ya sabía sembrar en la milpa, cosechaba el frijol, la calabaza y pizcaba el maíz, reconocía las plantas medicinales y la variedad de flores comestibles, y había aprendido a contar los costales y las frutas que recolectaba. Sabía otras cosas más desde mi lengua, pero de acuerdo al modelo educativo yo era un tonto que no sabía nada.
En segundo se repitió la historia, me tocó otro profesor que no sabía mi lengua. Me regañaba, me golpeaba y a veces me corría del salón. También lo hizo con otros. Según él, los niños deberíamos aprender castellano y dejar nuestra “mentalidad de indios”, porque solo así nos podríamos desarrollar, salir de la miseria y el atraso. Al siguiente año tuve que trasladarme a la cabecera municipal. En ese lugar las cosas empeoraron. Me volvieron a tocar maestros que me humillaban por ser indígena, ser pobre y no hablar bien castellano. Ya no eran sólo los maestros, ahora también los niños de la escuela. Esta situación de rechazo y exclusión me llevó a cuestionar mi identidad. Quise dejar de ser indio, dejando de hablar mi lengua y de usar mi traje para ser aceptado. Pero no tuve suerte. En esa escuela habían otros niños que hicieron lo mismo, poco a poco dejaron de hablar la lengua.
En secundaria nuevamente encontré maestros racistas. En aquella secundaria técnica había otros estudiantes indígenas que entre ellos ya no hablaban la lengua. Algunos actuaban como mestizos y se alejaban de mí. Al ver estas actitudes comencé a tomar valor, a tener más cariño y amor por mi lengua y mi cultura. Gracias al consejo de mis abuelos, me quise mucho. También me ayudó a valorar el campo y la milpa. Decía mi abuelo que allí estaba el verdadero conocimiento y el aprendizaje porque de allí sacábamos la comida y vivíamos. El mensaje de mis abuelos me dio más fuerzas para enfrentarme a los profesores, quienes me recriminaban por hablar en mi lengua. Uno me amenazó con expulsarme. Me defendí como pude.
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El modelo adoptado por la sep enaltece al indio “estudiado”, y celebra como un logro que después del proceso de castellanización algunos hayan conservado su lengua y todavía usen su traje. Al ir un poco más al fondo nos damos cuenta de que son personas que han quedado con un hueco en la cabeza, ya no pueden reflexionar, pensar ni ver lo más profundo de su ser como indígenas y terminan actuando como enseña el modelo educativo, que nos degrada y trata de secar nuestras raíces. Muchos indios “estudiados” son exhibidos en actos políticos, o les dan un puesto para llenar requisitos, y con eso dicen luchar contra la desigualdad. Se sigue el mismo principio de los programas de asistencia: que con una despensa para mal nutrir a los niños o una miseria de beca están haciendo una caridad a partir de la injusticia que se ha vivido por siglos de olvido y desprecio.
En la universidad las cosas no cambiaron. Quise estudiar Arqueología, pero en Chiapas en ese momento no existía la carrera. Sí Antropología Social, y traté de sacar ficha. Como era vía electrónica, no me aceptaba elegir esa carrera por mi perfil de la prepa. Tuve que sacar ficha para Economía. Pasé dos semestres en una carrera que no quería. Ya en Antropología, entendí que la lucha no era con los profesores. En el fondo estaba un sistema social y económico neoliberal que no sólo trataba de eliminar mi cultura y mi identidad, sino que me obligaba a estudiar una carrera técnica para ilusionarme con un trabajo al final de mi estudio. Trataban de enfilarme a una mentalidad economicista y técnica al servicio del sistema mercantil que explota, destruye y mata a las personas y a la Madre Tierra. En ese momento entendí más sobre la educación y sus objetivos. Pero lo único que yo quería era aprender, conocer y volar.
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