jueves, 26 de noviembre de 2015
Europa ante la guerra
Resuenan con fuerza los tambores de la guerra en Europa, y los ciudadanos europeos, amedrentados por la omnipresente amenaza del terror integrista, se unen fervorosos al clamor contra el yihadismo, o bien callan por temor a ser tachados de blandos, cuando no de estúpidos.
Europa está condenada a decrecer energéticamente, simplemente, porque no hay para todos, porque, según reconocía la AIE en ese mismo informe de 2015, la producción de carbón y petróleo va a decaer a partir de 2020 (disfrazada, a su decir, de pico de demanda). Europa no necesita que se lo diga la AIE; en la Comisión Europea ya saben que actualmente el nivel de consumo de energía primaria de todo tipo está a niveles de principios de los años 90 del siglo XX, y ya saben que de seguir así en pocas décadas estará en niveles de los años 70. Pero Europa se resiste a agonizar energéticamente. Y se resiste porque no hay plan B. No hay alternativa al crecentismo. Y no las hay porque no existan propuestas (y algunas de una gran calidad); no las hay, simplemente, porque es políticamente inaceptable.
Muchos de los grandes imperios de la Historia colapsaron al ser incapaces de sostener sus últimas aventuras militares, a veces un tanto esperpénticas. La lógica subyacente de muchas guerras de conquista era que la economía se había vuelto dependiente de la expoliación de recursos en los territorios conquistados. Esta es una situación en mucho análoga a la que tenemos actualmente. Los lugares en disputa son aún hoy atractivos desde el punto de vista de los recursos, pero el inevitable declive de la producción mundial de hidrocarburos llevará a países cada vez más remotos, más poblados, mejor defendidos y con menos recursos. Al final, exhaustos por el esfuerzo e incapaz de sostenerse con los magros frutos de las últimas guerras, todas las potencias occidentales irán colapsando.
Digámoslo alto y claro: el colapso de la sociedad europea es inevitable si continuamos por la vía militar. Será un colapso económico, sí, pero también, y mucho antes, moral, si por mor de mantenir unos pocos años más un sistema insostenible renunciamos a los valores fundamentales en los que hace tiempo decidimos creer.
Europa ante la guerra
Resuenan con fuerza los tambores de la guerra en Europa, y los ciudadanos europeos, amedrentados por la omnipresente amenaza del terror integrista, se unen fervorosos al clamor contra el yihadismo, o bien callan por temor a ser tachados de blandos, cuando no de estúpidos.
Europa está condenada a decrecer energéticamente, simplemente, porque no hay para todos, porque, según reconocía la AIE en ese mismo informe de 2015, la producción de carbón y petróleo va a decaer a partir de 2020 (disfrazada, a su decir, de pico de demanda). Europa no necesita que se lo diga la AIE; en la Comisión Europea ya saben que actualmente el nivel de consumo de energía primaria de todo tipo está a niveles de principios de los años 90 del siglo XX, y ya saben que de seguir así en pocas décadas estará en niveles de los años 70. Pero Europa se resiste a agonizar energéticamente. Y se resiste porque no hay plan B. No hay alternativa al crecentismo. Y no las hay porque no existan propuestas (y algunas de una gran calidad); no las hay, simplemente, porque es políticamente inaceptable.
Muchos de los grandes imperios de la Historia colapsaron al ser incapaces de sostener sus últimas aventuras militares, a veces un tanto esperpénticas. La lógica subyacente de muchas guerras de conquista era que la economía se había vuelto dependiente de la expoliación de recursos en los territorios conquistados. Esta es una situación en mucho análoga a la que tenemos actualmente. Los lugares en disputa son aún hoy atractivos desde el punto de vista de los recursos, pero el inevitable declive de la producción mundial de hidrocarburos llevará a países cada vez más remotos, más poblados, mejor defendidos y con menos recursos. Al final, exhaustos por el esfuerzo e incapaz de sostenerse con los magros frutos de las últimas guerras, todas las potencias occidentales irán colapsando.
Digámoslo alto y claro: el colapso de la sociedad europea es inevitable si continuamos por la vía militar. Será un colapso económico, sí, pero también, y mucho antes, moral, si por mor de mantenir unos pocos años más un sistema insostenible renunciamos a los valores fundamentales en los que hace tiempo decidimos creer.