domingo, 3 de noviembre de 2013

Bergoglio

José Manuel Valiñas

29 Octubre, 2013 - 11:50



Con la llegada de un reformador del talante de Francisco, y sabiendo las pugnas palaciegas que había en el Vaticano, uno no puede sino preguntarse: ¿en qué momento eligieron a alguien así?



¿Y qué habría hecho JPII el del obispo de Limburgo, Franz-Peter Tebartz-van Els, el llamado “obispo megalómano”, que se gastó más de $40 millones de dólares en “remodelar” su palacio episcopal? De entrada, para mandar un mensaje claro, el nuevo Papa, ese que escogió su nombre en recuerdo del “poverello” de Asís, destituyó de inmediato al obispo megalómano.

De todos son conocidas las anécdotas que revelan un cambio en las formas: el bajarse a saludar a la multitud en Brasil, su desprecio de los modos esclerotizados y de las pompas papales, su genuina universalidad y horizontalidad, su aprecio del diálogo y tantos etcéteras. Lo destacable es que todo indica que no son golpes mediáticos, sino que tiene toda la intención de acompañarlos con hechos.

El que haya dicho que “la corte vaticana es la lepra” resultó para muchos exultante, y que haya llamado a una renovación de la Iglesia es aire fresco para quienes han visto cómo ésta se sumía en un declive moral que ciertamente en su caso no se puede llamar inédito, pero sí lamentable, por la importancia que tiene esa institución en cientos de millones de seres humanos.

La primera prueba de que Francisco va en serio fue la destitución de Tarcisio Bertone, el secretario de estado de Benedicto XVI que llegó a acumular un poder desmedido y que se alzó contra su antiguo amigo Ratzinger hasta dejarlo, en la práctica, sin poder, según infinidad de testimonios. De hecho, gran parte de los documentos que salieron a la luz con Vatileaks hacen referencia al poder palaciego del italiano.

Si hacemos un poco de memoria, el mismo día en que se detuvo al mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, en 2012, fue despedido de una manera poco amigable el presidente del Instituto para las Obras de Religión, el Banco Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi (ambos hechos parecen tener relación). ¿Quién lo despidió de tan mala manera y en contra de la voluntad del Papa? Tarcisio Bertone. En ese entonces el brazo financiero del Vaticano iba a ser sometido a una investigación judicial. Algunos dicen que el Papa lamentó sobremanera la decisión de correr a Tedeschi, pero aún así dejó a su antiguo amigo operar. Ya para ese entonces Bertone se había hecho de tanto poder, mandando al exilio a viejos colaboradores de Ratzinger y poniendo a sus alfiles en puestos clave, que parecía irreversible su posicionamiento.

Tuvo que llegar el Papa argentino para destituirlo y nombrar a un consejo de ocho cardenales, venidos de los cinco continentes (parece que el eurocentrismo y el italianismo finalmente serán revertidos en la Iglesia), para reformar la Curia. Menuda misión, pero tienen a Bergoglio de su lado, y eso ya es mucho. El Papa jesuita acepta que este G-8 debata temas como el papel de la mujer en la Iglesia. Anatema de anatemas, que de pronto ya no es anatema. Y sólo bastó que cambiara la persona que se sienta en la silla de San Pedro para poner en la mesa de discusión los asuntos que no se podían casi ni pronunciar. Ahora Francisco ha dicho: “sufro cuando veo a las mujeres reducidas a la servidumbre en la Iglesia”.

Francisco ha hablado abiertamente del respeto a la comunidad gay, incluso del aborto. De que los casados en segundas nupcias puedan comulgar. De que vuelvan a la grey los purgados en anteriores papados. Y ha recibido a los representantes de la teología de la liberación. Todo ello prefigura una renovación completa en una Iglesia que se venía a pique. Recordemos que apenas hace unos años un obispo no podía acusar a un sacerdote pederasta ante la justicia, so pena de excomunión (consúltese la carta de Ratzinger a los obispos en 2005, salida obviamente a la luz contra su voluntad y cuando éste aún no era Papa, en la que imponía silencio absoluto ante los abusos e incluso violaciones de prelados contra niños).

Sí, el Papa jesuita es un revolucionario, aunque tampoco se deben equivocar los entusiastas extremos (o los que quieren ver en la teología una extensión de la lucha política). El Papa no es un comunista, como algunos quieren interpretar, y ha dicho que desconfía del materialismo marxista. Rechaza asimismo las lecturas meramente económicas de la pobreza, pues ésta se manifiesta de muchas maneras, como ha escrito Hans Küng, el gran teólogo suizo, también purgado por los predecesores de Bergoglio. Pero el Papa, si lo dejan, efectivamente va a revitalizar la Iglesia.

Decimos si lo dejan porque, ¿qué duda cabe que encontrará una oposición cada vez más férrea y organizada en la misma Iglesia, compuesta por infinidad de intereses? Para muestra sólo basta un botón. El Papa dio una esperanza a los divorciados para que puedan comulgar, como sucede en la Iglesia Ortodoxa, pero de inmediato Gerhard Ludwig Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antes el Santo Oficio), declaró que eso es impensable.

Se puede decir que a las fuerzas reaccionarias y ultraconservadoras de la Iglesia Bergoglio las tomó por sorpresa, y no han podido ni meter las manos. Pero, ¿esto seguirá siendo así en el futuro?

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