lunes, 30 de enero de 2012

Eduardo Galeano

El elefante (Versión de Eduardo Galeano)

Estaban los tres ciegos ante el elefante. Uno de ellos le palpó el rabo y dijo: "Es una cuerda". Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó: "Es una columna". Y el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo del elefante y adivinó: "Es una pared".

Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo.

Desde que nacemos, nos entrenan para no ver más que pedacitos. La cultura del desvínculo nos prohíbe armar el rompecabezas.



Brecha sobre la conquista

por Eduardo Galeano

¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él la descubrieron los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían, ¿no existían?

Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?

¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?

Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía?

Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar.

Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón.

Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran indios de la India.

Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era parte del Asia.

El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua.

El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.

Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar.

Los conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de Oriente.

Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos.

En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho.

En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos.

En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas.

Anglería, que escribió la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón, y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.

El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas. Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y cuando huían les cortaban los tendones.

Eran conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro de cada Plaza Mayor.

Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima.

Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza.

Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo?

En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera por inyección.
¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra?

Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro.

¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien, violaciones?

Quizás el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó

¡Nosotros seremos cada vez más!

¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.

Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.

Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de Europa.

Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces.

Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower

Fuente: www.elortiba.org










Canal Encuentro presenta "La vida según Galeano", un ciclo en el que Eduardo Galeano nos acerca su particular manera de ver Latinoamérica y el mundo. El genial escritor uruguayo selecciona y relata los textos más destacados de su obra. Su particular mirada sobre la historia, los hombres, el arte y las pasiones se van entrelazando con imágenes y documentos que ilustran el testimonio de uno de los más atentos observadores de nuestros tiempos. En trece capítulos, Galeano aborda el amor, los niños, el fútbol, las mujeres y otras pasiones que iluminaron su reconocida obra. Sus breves y contundentes relatos van desde pequeños detalles hasta grandes planteos que enfrenta la humanidad actualmente. El recorrido no tiene límites; la guía es la sinceridad y el asombro por los seres y las cosas que nos rodean. Desde un ambiente íntimo y habitual para los escritores, este ilustre intelectual latinoamericano compartirá con la audiencia ideas, relatos y varios de sus textos que confluyen en recuperar la historia y las historias de nuestro continente para saber qué pasado hemos levantado y qué futuro estamos construyendo.

La vida según Galeano
Capítulo 1. Mujeres
Capítulo 2. Niños
Capítulo 3. Los primeros americanos
Capítulo 4. Futbolerías
Capítulo 5. Amares
Capítulo 6. Memorias y desmemorias
Capítulo 7. Hijos de África
Capítulo 8. Los nadies
Capítulo 9. El arcoiris terrestre
Capítulo 10. El miedo manda
Capítulo 11. Mapamundi
Capítulo 12. Te doy mi palabra
Capítulo 13. Mundo se rifa

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Los primeros americanos







Cuando yo estaba en la escuela… la maestra nos explicó que Vasco Núñez de Balboa había sido el primer hombre que vio los dos océanos, –vio los dos mares a la vez, el Pacífico y el Atlántico desde una cumbre de Panamá– el primer hombre.
Y yo levanté la mano y dije: –”Señorita, señorita”.
–”¿Sí?”
– “¿Los indios eran ciegos?”
–¡Fuera!
Fue mi primera expulsión.

¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América?
¿Hernán Cortez? ¿Francisco Pizarro?
Los que allí vivían ¿eran mudos?
Lo escucharon los peregrinos del My Flower… Dios decía que América era la tierra prometida.
Los que allí vivían ¿eran sordos?
Después los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás.
Ahora americanos son ellos; los que vivimos en las otras Américas ¿qué somos?
Los llamados indios, –por un error geográfico notorio de Colón… y que prefieren llamarse a sí mismos naturales, que son una manera mucho más hermosa de decir quiénes son. Han sido muy maltratados y lo siguen siendo por una conquista que continúa, siglo tras siglo en tierras de América.
Y podemos citar un par de ejemplos cercanos: la avenida más larga del Uruguay lleva el nombre de Fructuoso Rivera que asesinó a los últimos charrúas y la estatua más alta de la Argentina es la estatua del general Roca que limpió de indios toda la Patagonia.
Miles de muertos sin sepultura deambulan por la Pampa argentina. Son los desaparecidos de la última dictadura militar. La dictadura del general Videla aplicó en escala jamás vista la desaparición como arma de guerra. La aplicó pero no la inventó…
Un siglo antes el general Roca había usado contra los indios esta obra maestra de la crueldad que obliga a cada muerto a morir varias veces y que condena a sus queridos a volverse locos persiguiendo su sombra fugitiva.
En Argentina como en toda América, los indios fueron los primeros desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer.
El general Roca llamó “Conquista del desierto” a su invasión de las tierras indígenas.
La Patagonia era un espacio vacío, un reino de la nada habitado por nadie. Y los indios siguieron desapareciendo después.
Los que se sometieron y renunciaron a la tierra y a todo fueron llamados “indios reducidos”. Reducidos hasta desaparecer…
Eduardo Galeano, Espejos

Mapamundi






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