domingo, 29 de enero de 2012

Organizarse para la denuncia

Gabriel Zaid

La sociedad mexicana se ha vuelto más moderna que su clase política, y eso ha creado problemas inéditos. Tradicionalmente, la modernización era un problema de autoridades preocupadas por el atraso de un pueblo irredento, al que había que llevar a rastras al progreso. En el México actual, hay que llevar a rastras a los políticos.


¿Cómo se puede lograr que los servidores públicos sirvan? Pocos dependen del voto, y no basta con votar. Aunque resulten elegidos los mejores, nada garantiza que cumplan lo que prometieron, o que puedan o quieran deshacerse de los incompetentes, irresponsables o corruptos.


No hay manera de ahorrarse la presión ciudadana, aunque sea costosa en tiempo y disgustos. También debe ser eficaz. Los activismos que no conducen a nada exasperan y desaniman. Sentimiento apoyado por la burocracia para que nadie se meta.


Los funcionarios siempre tienen cosas más importantes que atender: su propia carrera. Son un peligro para los ciudadanos que tienen el valor civil de denunciar. La denuncia puede tener efectos tan graves en ellos que prefieren sabotearla. A los ciudadanos poco conocedores que en sus ratos libres se enfrentan a pillos de tiempo completo se les ofrecen buzones oficiales que canalizan las denuncias hacia la nada, o peor aún: la represalia.


La forma en que se reciben las denuncias, los datos que se piden de los hechos y del denunciante inspiran desconfianza. La noticia sobre "incongruencias en la forma de vida de operadores y supervisores que reciben" las denuncias: un nivel de vida que no corresponde a sus salarios, por lo cual "se teme que detrás de esas diferencias entre ingresos y egresos estén los cárteles de las drogas" (El Universal, 27/11/2011), confirma las sospechas.


La denuncia tiene en contra esa realidad aplastante: o no pasa nada o te pasa a ti, para que aprendas. Ejemplos terribles en menos de un año: Marisela Escobedo Ortiz, plantada ante el Palacio de Gobierno de Chihuahua para exigir justicia por el asesinato de su hija, fue asesinada. Leopoldo Valenzuela Escobar localizó dónde tenían secuestrado a su hijo, pidió ayuda inútilmente a las autoridades de Durango, las acusó de negligencia en un manifiesto y fue asesinado. Nepomuceno Moreno Muñoz acusó a las autoridades de Sonora por el secuestro de su hijo, recibió amenazas de muerte, las desafió sumándose a la Marcha por la Paz, logró ser escuchado personalmente por el Presidente, recibió protección y murió asesinado. Como si fuera poco, el Procurador declaró que investiga sus antecedentes. No vaya a ser que resulte el responsable de su propia muerte.


Otro sería el País si fuera público y notorio que denunciar tiene consecuencias en el servidor omiso o delincuente, sin represalias para el denunciante. El día en que los ciudadanos tengan bases para creerlo (por la experiencia de amigos y conocidos), habrá 100 veces más denuncias. Pero tal avalancha es lo que cuatro millones de burócratas quieren evitar.


¿Qué se puede hacer desde afuera? Organizarse para la denuncia. Pero ¿cómo encauzar la presión ciudadana sin desviaciones partidistas, sin demagogia, sin perder el tiempo ni provocar represalias peligrosas? No hay una solución, sino muchas. Pero conviene tomar en cuenta criterios prácticos.


Hay que evitar las metas indefinidas, excesivas o imposibles. Hay que segmentar el problema, actuar separadamente en muchos frentes especializados y escoger el más apropiado para uno (por su experiencia, relaciones, recursos). Cualquiera que pretenda acabar con toda la incompetencia, irresponsabilidad y corrupción fracasará. Puede tener éxito, sin embargo, en acabar con eso en una ventanilla.


Hay que tener cuidado con los políticos supuestamente interesados en apoyar, cuando lo que quieren realmente es reclutar aliados legitimadores.


Hay que medir los propios recursos y la capacidad de sostener una acción terca mucho tiempo. Varios casos de éxito impresionante (pese a la negligencia o complicidad de autoridades) han demostrado que sí se puede localizar y castigar a los asesinos de un hijo, sin acabar asesinado. Pero no se debe alentar a nadie para que lo intente sin recursos suficientes y arriesgando su vida y la de su familia.


Hay que distinguir las acciones directas (denunciar) de las indirectas (apoyar a los que denuncian), y distintos niveles de gravedad, costo y riesgo. Crear un centro externo para canalizar denuncias anónimas graves y proteger a los denunciantes sería una operación mayúscula. Crear un centro externo para exigir información sobre los resultados de cada denuncia presentada tiene menores costos y peligros. También un centro de shoppers: ciudadanos encubiertos que vayan a pedir servicio y documenten cómo los atienden.


Es práctico empezar con denuncias que no asusten demasiado y donde los perdedores sean funcionarios de nivel inferior: falta de señales y rótulos en las calles, cobros excesivos de luz, guarderías inseguras, gasolineras que roban, permisos de construcción indebidos, desabasto de medicinas, alumbrado público desatendido, colas excesivas en tal ventanilla, seguridad en los taxis, mordidas de tránsito, baches peligrosos y mil cosas más.


Ahora hay más ciudadanos exigentes que nunca, y eso es un signo de que el País mejora, aunque parezca lo contrario. Pero hay mucho que aprender. Empezar desde abajo, por problemas muy visibles y de fácil solución, facilita que los funcionarios se adornen y los ciudadanos queden satisfechos. No es poca cosa. Vivir la experiencia de que el Gobierno puede mejorar exigiéndole es educativo para ambas partes y tiene efectos multiplicadores.




opinion@elnorte.com

Hora de publicación: 04:20 hrs.

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